Yo iba a Madrid a impartir una sesión de un programa que han iniciado con mucha ilusión un grupo de entusiastas, intentando reproducir en lo posible, con una periodicidad de dos sesiones al mes, un programa de estudios que inició John Senior, profesor de la Universidad de Kansas, de resultados duraderos, en la estela de los llamados «de Grandes Libros». El libro de Senior se tradujo hace poco.
Fue una mañana entera que acabó en una lectura de una obra (en este caso fue el Cantar de los Cantares; la sesión anterior había sido el Edipo Rey) y comida.
Primero hablé de Historia de Grecia y la segunda sesión fue sobre el Banquete de Platón, nada menos, que pensaba que iba a torear con facilidad, tras haberle dedicado tanto tiempo, pero que se me escapó vivo a los corrales, otra vez. En esta ocasión, insistí en la primera palabra del libro: δοκῶ «me parece» y en las capas de mediación entre los que cuentan lo que supuestamente pasó y lo que pasó; luego quise hablar de cómo es en cierta medida un manual del perfecto (si eso es posible) discípulo socrático (si existe en realidad algo así). El tema del amor, ay, eso es lo que se me escapó vivo a los corrales.
Lo más memorable para mí fue ver, sin acabar de creérmelo, el interés de los asistentes, infatigables: cuatro horas y media hablando yo en total y pocos signos en ellos de falta de atención: ese es el aire que me llevé de Madrid y que me hace la vida más respirable.
Luego, la comida fue en un restaurante donde cantan arias de ópera entre plato y plato, un tenor y una soprano que al principio crees que son dos camareros: de La Traviata, de I puritani. Era increíble el volumen de sus voces cuando lo oyes a dos metros, la intensidad que se puede alcanzar en alguna de esas canciones, de esos dúos. Muy emocionante.
Fue una mañana entera que acabó en una lectura de una obra (en este caso fue el Cantar de los Cantares; la sesión anterior había sido el Edipo Rey) y comida.
Primero hablé de Historia de Grecia y la segunda sesión fue sobre el Banquete de Platón, nada menos, que pensaba que iba a torear con facilidad, tras haberle dedicado tanto tiempo, pero que se me escapó vivo a los corrales, otra vez. En esta ocasión, insistí en la primera palabra del libro: δοκῶ «me parece» y en las capas de mediación entre los que cuentan lo que supuestamente pasó y lo que pasó; luego quise hablar de cómo es en cierta medida un manual del perfecto (si eso es posible) discípulo socrático (si existe en realidad algo así). El tema del amor, ay, eso es lo que se me escapó vivo a los corrales.
Lo más memorable para mí fue ver, sin acabar de creérmelo, el interés de los asistentes, infatigables: cuatro horas y media hablando yo en total y pocos signos en ellos de falta de atención: ese es el aire que me llevé de Madrid y que me hace la vida más respirable.
Luego, la comida fue en un restaurante donde cantan arias de ópera entre plato y plato, un tenor y una soprano que al principio crees que son dos camareros: de La Traviata, de I puritani. Era increíble el volumen de sus voces cuando lo oyes a dos metros, la intensidad que se puede alcanzar en alguna de esas canciones, de esos dúos. Muy emocionante.
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