Yo me veo retratado no tanto en el grupo de los supersticiosos como en el de los tentados de unirse a las filas del «intolerante y el fanático». Quizá por eso le tengo tanta simpatía a Flannery O'Connor, que nos retrata tan bien y a la mejor luz posible, haciéndonos a la vez capaces de ver en sus personajes el mal que padecemos. Peor es la «falsa seguridad del hombre mundano». Pero mejor lo pongo tal como lo dice Newman en uno de sus sermones sobre la razón y la fe:
Es imposible no darse cuenta y es útil no perder de vista que la humanidad en general no es más prudente ni mejor que en otros tiempos. Diría más bien que nuestros días tienen una culpa especial: la de confundir la falsa seguridad del hombre mundano con la calma, alegría y benevolencia del auténtico seguidor de Cristo. Entre estos dos caracteres extremos se puede colocar toda una gama de actitudes humanas, distinta de ellos, como es la del supersticioso, el intolerante y el fanático. Estas actitudes merecen más respeto que la falsa seguridad del mundano; sin embargo, son marginadas con desprecio por inhumanas y ofensivas, cuando en realidad su falta consiste estrictamente en un conocimiento de sí mismos más exacto que su asimilación del Evangelio y en un celo por el honor de Dios más vehemente que su amor a la humanidad. (156)En otro lugar insiste en que es mejor la superstición, siendo mala, que la falsa seguridad en uno mismo. Es un pasaje largo, pero está -cómo no- maravillosamente escrito:
Antes de que el Evangelio brille sobre el hombre, tal «superstición» es su religión mejor y más auténtica. En la hipótesis de que nuestra especie estuviera caída y corrompida, ¿qué habría de ser nuestra religión sino angustia y remordimiento, hasta que Dios nos consolara? Ciertamente, estar preocupados y tristes; horrorizarnos de nosotros mismos; mirar por todos lados buscando medios de protección; agarrarse a todo, pero no confiar en nada; hacer todo lo que podemos, e intentar hacer más que todos; y, finalmente, aguardar -en desdichada incertidumbre, desnudos y tiritando, entre los árboles del jardín- la hora de su venida, e imaginar entretanto sonidos calamitosos a cada ráfaga de viento que agita las hojas a nuestro alrededor; en una palabra, ser supersticiosos; es la mejor ofrenda de la naturaleza, su servicio más aceptable, su sabiduría más grande y completa, en presencia de un Dios santo y agraviado. Quienes no son supersticiosos sin el Evangelio no serán religiosos con él; y ojalá que incluso entre nosotros, que tenemos el Evangelio, hubiera más superstición de la que hay; pues mucho es de temer que nuestra tranquilidad acerca de nosotros mismos proviene más de la deficiencia del conocimiento propio que de la plenitud de la fe, y que nos apropiamos promesas de la Escritura que no nos corresponden (171)
No me reiré tanto a partir de ahora de mi familia política y, en concreto, de mi mujer, tan supersticiosos todos. Qué gran labor ha hecho esta entrada por mi paz familiar.
ResponderEliminarA mí me parece muy interesante eso de que el estado "natural", "originario" es proclive a la superstición. Se entiende mucho mejor así de qué nos liberó Cristo.
EliminarY yo no volveré a reñir a mi amiga Sonia por ser, un poquito, supersticiosa. Si ello significa que no está "en la falsa seguridad del hombre mundano", mejor que mejor. Pero tampoco voy a exagerar, ¿eh? Grandísimo texto y grandísimo Newman.
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