El día que llegué a Burgos celebramos el cumpleaños de María Jesús. Ahí volví a caer en la cuenta de que soy el único gordo de la familia. Mi sobrino Diego es como si lo hubieran estirado para sobrepasarnos. Mis hermanas atribuyen su envidiable delgadez a la cola de caballo, aunque yo me temo que es más porque comen mucha verdurita y se cuidan: pero así qué fácil es estar delgado. Yo, por si acaso, no dije que no a llevarme unos cuantos sobres de la infusión liberalíquidos: por ahí al menos que no quede.
Y vamos a lo importante: mi madre y yo ganamos en el marcador final 4 a 2, con una increíble serie inicial de 4-0. Hay que señalar las disensiones en el otro bando como una posible causa. El último día cedimos a conceder una revancha y ahí es cuando nos ganaron dos partidas seguidas, con una combinación mortal de atención al detalle (se fijaban en dónde estaban nuestras pobres fichas y lograron rocambolescas carambolas de varias fichas comidas a la vez) y trabajo combinado.
El primer día también fuimos a un concierto de un coro en el que cantaba una amiga de mi hermana, que a mí me pareció que destacaba mucho de los demás. Era en la iglesia de san Gil y tuvo mérito porque hacía frío y viento y lluvia. Junto a donde me senté había una tumba muy interesante, con un Cristo resucitado y la casulla de san Ildefonso:
No hay comentarios:
Publicar un comentario