lunes, 4 de diciembre de 2017

Puerta principal, de Guadalupe Arbona

Se me hace difícil hablar de este libro porque el acercamiento a él no creo que tenga que ser estrictamente literario, aunque está muy escrito. A mí, que ya ni sé ni lo que es lo realmente «literario» este libro me ha venido muy bien. Tampoco quiero clasificarlo ni en las cercanías de los libros de autoayuda, aunque para mí ha sido una lectura muy saludable.

A mí Puerta principal me lo regaló la autora en el Congreso de Flannery O'Connor. Nos conocíamos de otros Congresos y yo la admiraba sobre todo como editora y estudiosa de esa escritora. Luego leí un libro-entrevista que le hizo a otro de mis escritores admirados, José Jiménez Lozano, y me pasmé de su humildad, tan rara entre el profesorado universitario.

Ahora admiro su testimonio en este libro, de aceptación, de confianza, de admiración constante, de compasión en momentos en que parece que ya bastaría con compadecerse a uno mismo. Es un libro que recomendaría a toda persona con un cáncer, a todo el que pase por momentos de desesperación. Es un testimonio en voz baja de confianza en Dios y sin que chirríe ni sea apologético ni suene a predicación. Es todo él el testimonio de la confianza en Dios que permite pasar por los altibajos de la enfermedad, con el apoyo familiar, de los amigos, de las lecturas, de la naturaleza, del dolor de otros.

Quiero poner sólo dos fragmentos, los dos sobre su hija pequeña:
Mi hija pequeña llora porque he prestado su pájaro -Persiles- sin consultarle. Hace unos meses todo lo que hiciese su madre le hubiese parecido bien. Algo ha cambiado, llora y dice «si me hubieses preguntado...». Ella cuenta, siente y piensa por ella misma, lo está descubriendo. Llora porque ha empezado a sentir el peso de ser ella. Llora porque sabe que se va yendo, se separa. Ahora, al darme cuenta, la que lloro soy yo (15).
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Llegaba a casa y en el cruce, entre la gasolinera y el quiosco, me encontré con mi hija pequeña que volvía del colegio. Le pregunté: «¿Me has reconocido por el abrigo verde?». Iba enfundada, tapada, escondida, vuelta sobre mí misma. «No, te he reconocido porque eras tú». Nada más llegar a casa -ya de la mano de g.-, rompe a llover, sin duelo. Rompen también las lágrimas, sin descanso (93).
Hay lágrimas en este libro, pero sobre todo aceptación, confianza a pesar de todo, una alegría de fondo que nunca se va. Es un testimonio de fe muy grande, en voz baja, pero muy grande.
Luego me hizo gracia ver cómo reaccionamos. Habla en un momento de uno de esos informes sobre pobreza, en concreto uno que dice que uno de cada tres niños españoles está «en riesgo de pobreza y exclusión social». Yo lo primero que pensé es en que los del informe habían manipulado los datos (y creo que no me equivoco). Ella lo primero que piensa es justamente en esos niños.

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