martes, 19 de diciembre de 2017

Jerusalén 29 - En el hoyo

Llegué a la iglesia de san Pedro in gallicantu sin ser del todo consciente de lo que iba a acabar siendo aquella visita para mí. Allí estuvo según la tradición el palacio de Caifás y allí fue Jesús llevado desde el Huerto de los Olivos, tras la agonía en Getsemaní, en la que sudó sangre. En ese palacio fue encarcelado, maltratado y para colmo allí fue donde Pedro le traicionó cuando cantaba el gallo.

Allí leí el texto de la negación de San Pedro. Ahí me paré en ese verbo que dice que cuando Pedro negó al Señor, Él, el Señor, girándose, lo miró (enéblepsen ἐνέβλεψεν): fijó los ojos dentro de él (si me pongo muy literal): qué mirada debió de ser aquella.
Abajo está una cisterna donde -otra vez según la tradición- descolgaron a Jesús y pasó unas horas solo en aquella noche del Jueves Santo al Viernes Santo. Cuando llegamos allí había un grupo de brasileños. Un sacerdote les dirigía la palabra y leyó el salmo 88, que es el que corresponde leer allí, con ese acento tan triste y tan bonito, que me estaba recordando a cuando se pone triste Joao Gilberto en canciones como Desafinado y todo fue demasiado:

Esta es la pared de la cisterna:


El agujero por donde sería descolgado:



Os pongo aquí el inicio, en la traducción de la Biblia de Jerusalén:
"Yahveh, Dios de mi salvación, ante ti estoy clamando día y noche;
llegue hasta tí mi súplica, presta oído a mi clamor.
Porque mi alma de males está ahíta, y mi vida está al borde del seol;
contado entre los que bajan a la fosa, soy como un hombre acabado:
relegado entre los muertos, como los cadáveres que yacen en la tumba, aquellos de los que no te acuerdas más, que están arrancados de tu mano.
Me has echado en lo profundo de la fosa, en las tinieblas, en los abismos;
sobre mí pesa tu furor, con todas tus olas me hundes.
Has alejado de mí a mis conocidos, me has hecho para ellos un horror, cerrado estoy y sin salida,
mi ojo se consume por la pena. Yo te llamo, Yahveh, todo el día, tiendo mis manos hacia ti."

Hay una paráfrasis de fray Luis, preciosa. Os la pongo entera, subrayando algunas partes: alguno la leeréis y me lo agradeceréis:
Señor de mi salud, mi solo muro,
jüez de mi defensa, a Ti voceo,
cuando está el aire claro, cuando escuro.

Entrada en tu presencia sin rodeo
y halle en tus oídos libre entrada
la dolorida voz de mi deseo.
De males crudos, de dolor colmada

el alma, y casi ya en la sepultura
está la vida breve y fatigada.
Con los que moran la región escura
y triste, con aquellos soy contado

a quien faltó el amparo y la ventura.
Libre y cautivo vivo y sepultado,
cual el que duerme ya en eterno olvido,
del todo de tu mano desechado.

Pusísteme en el pozo más sumido,
adonde a la redonda me contienen
abismos, y tinieblas, y gemido.
Asiento en mí tus sañas firme tienen,

y sobre mi cabeza sucediendo
de tu furor las olas van y vienen.
Su rostro mis amigos encubriendo,
porque, Señor, lo quieres, me declinan,


o por mejor decir, se van huyendo.
Antes me huyen, antes me abominan;
contalles mis razones yo quisiera,
a quien ¡ay! tus entrañas no se inclinan.

En cárcel me detienes ansí fiera,
que ni la pluma ni la voz se extiende
a publicar mi pena lastimera.
Cegado he con la lluvia que desciende

continua de mis ojos, y contino
el grito a Ti, y los brazos la alma tiende,

y dice: ¿si verán tu bien divino
los polvos, o los huesos enterrados

tus loas si dirán, con canto dino,
tus hechos en la huesa celebrados?
¿Será de tus grandezas hecha historia
en la callada tumba, en los finados?

¿En las tinieblas lucirá tu gloria
o por ventura habrá de tus loores
en la región de olvido gran memoria?
No ceso de enviarte mil clamores,

y aun antes que despiertes Tú la aurora,
despierto a referirte mis dolores.
¿Por qué, Señor, tu pecho, do el bien mora,
desprecia ansí las voces de un caído

y huyes de mirarme más cada hora?
Bien sabes de mi vida cuánto ha sido
el curso miserable y cuán cuitado
los golpes de tu saña he sostenido.

Encima de mis cuestas han pasado
las olas de tus iras
; tus espantos
me tienen consumido y acabado.
Un mar me anega de miseria y llantos;

no en partes, sino juntos me rodean
un escuadrón terrible de quebrantos.
A los que mi salud y bien desean,
a todos de mí, triste, los destierras,

y porque en nada a mi dolor provean,
en sus secretos, crudo, los encierras.

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