Al poco de entrar, unos quizá etíopes se acercaron llevando a una anciana, que se tiró literalmente a la piedra, a rezar sobre ella. Poco después llegaron unas rusas y se arremolinaron de cabeza por los bordes, besando la piedra y pasando todo tipo de objetos por encima. Sería fácil hacer una comparación cínica con las gallinas aquí, pero ya me gustaría a mí tener la mitad de la piedad de la etíope y la cuarta parte de la de las rusas.
Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad.» Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora. Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú.» (Marcos, 14, 34-36 - Bíblia Católica Online)Allí está el Huerto de los Olivos, separadas las ramas de las manos de los peregrinos, deseosos de esquilmarlas. A nosotros, el franciscano que cuida la gruta cercana donde se sitúa la traición de Judas y donde estarían los apóstoles dormidos, nos dio una ramita a cada uno despues de la Misa. La guardé, aunque ahora no sé dónde la tengo.
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