Al que madruga, Dios le ayuda y al que va a primera hora a Misa, además de eso mismo, algunas veces hasta ventajas materiales. En la parroquia de la Magdalena de Sevilla me encontré para mí solo un ejemplo excelente de conservación, una iglesia que no había sufrido ninguna de las desgracias que han diezmado las iglesias españolas (guerras, mal gusto, afán de novedades, paredes encaladas picadas). De esta, a uno podía gustarle más o menos su abigarramiento, pero a mí me encantó verla así, tal cual:
[de wikimedia]
Yo de primeras fui a la capilla del Santísimo. Intenté estar atento a Quien estaba, pero al poco me despisté mirando a los lados y zas: me di con dos cuadros de Zurbarán en la pared:
Son foto mías, regulares pero más «reales» Aquí tenéis la de wikimedia:
A Zurbarán se le pueden poner pegas (yo no, yo lo quiero como es), pero siempre se le encuentran grandezas por encima de todas sus posibles limitaciones. Por ejemplo el blanco del hábito, el rosa y azul y el amarillo de los vestidos. Y mirad cómo el cuadro que pinta dentro de su cuadro es peor que el suyo-suyo, por decirlo simplonamente.
Había mucho que admirar allí. Yo sólo os pongo La Batalla de Lepanto, de Lucas Valdés:
[de wikimedia]
Y este fresco de Santiago:
Fuera, me encontré un texto de san Bernardo con Lamentaciones de la Virgen:
Y salí después de misa, tan contento, a coger el autobús para el Congreso, pero habían cambiado el sitio sin avisar, así que miré en Google Maps y vi que de allí mismo salía un autobús y que luego tenía un cuarto de hora de caminata. Como era pronto, pensé que no haría mucho calor y que el paseo hasta me vendría bien. Podía haber cogido un taxi, pero me pudo la roñosería.
El viaje en autobús estuvo bien, yendo por la Avenida de la Palmera y entre facultades de la Universidad, pero llegué a la parada y me encontré en el límite de la civilización o mejor en el sitio al que llegó la construcción antes de la crisis. Google me decía que fuese andando por una calle, pero la acera se acabó y me encontré en un descampado entre coches, jugándome la vida. Me tuve que rendir: llamé a un taxi y llegué bastante cabreado al lugar del Congreso sobre Flannery.
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