No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios. Todos hemos de hablar la misma lengua, la que nos enseña nuestro Padre que está en los cielos: la lengua del diálogo de Jesús con su Padre, la lengua que se habla con el corazón y con la cabeza, la que empleáis ahora vosotros en vuestra oración. La lengua de las almas contemplativas, la de los hombres que son espirituales, porque se han dado cuenta de su filiación divina. Una lengua que se manifiesta en mil mociones de la voluntad, en luces claras del entendimiento, en afectos del corazón, en decisiones de vida recta, de bien, de contento, de paz.(Es Cristo que pasa, 13)
miércoles, 14 de octubre de 2015
Una raza, una lengua
Quizá porque estamos otra vez con eso de Homero de que los dioses tienen una lengua y los hombres otra distinta, me llamó la atención leer ahora esto, que ya conocía de sobra, de san Josemaría, sobre esa lengua única a la que aspirar, la de Jesús cuando habla con el Padre, la nuestra al hablar con Él:
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