Íbamos a una reunión de trabajo sobre la obra de un humanista que vivió allí.
Nos alojamos en la hospedería y quedamos sujetos al horario general del monasterio. No se trataba de asistir a todas las horas canónicas, pero yo pude estar en laudes y nona y tuve la suerte de asistir a la Misa en la Iglesia del monasterio, en el aniversario de la dedicación: fue una hora, pero parecía que se había parado el reloj, toda la comunidad celebrando el aniversario de un milagro: 800 años (menos 1835-1930: la maldita desamortización) de cistercienses.
Contestaban todos con una lentitud imposible de entender fuera de aquellos muros. Pero para que no nos pasase como a san Ero, cisterciense de Armenteira y nos viésemos en el cielo, a la señora que estaba leyendo las lecturas (se preocupan mucho por esos aspectos de la liturgia, en su rigor Vaticano II, con riesgos como ese) le empezó a sonar el móvil, como solo le puede sonar a una señora mayor que pretende primero que no es ella la culpable y que luego no encuentra el botón rojo.
[Estos modillones: demasiado perfectos, luego recreaciones]
Cuando volvimos a esa paz preternatural que da la liturgia cuidada, la música maravillosa de los monjes, la homilía en la que nos recordaron que en la dedicación de una Iglesia se celebra a sus miembros, templos del Espíritu Santo, justo entonces a un turista que estaba en la última fila le empezá a sonar el móvil con esa música de los primeros móviles, la más aborrecible del mundo.
[Capiteles demasiado perfectos y 'modernistas' y no digo ya lo que recoge los nervios: ¿modernismo a la cisterciense?]
Luego pude ver la iglesia en detalle, muy luminosa, como debe de ser, sobre todo gracias al rosetón:
[te fijabas en las columnas que se juntan en el centro: demasiado perfectas: ¿restauración?]
y con unas pinturas del XVI sobre la batalla de las Navas que me gustaron mucho, por más que no parecían muy del aire que san Bernardo habría querido para los cistercienses, pero es que allí estuvieron enterrados nada menos que los Duques de Medinaceli y allá van leyes, do, etc. También allí está enterrado todavía don Rodrigo Jiménez de Rada, nada menos.
Allí sí hemos estado varias veces. El rosetón, quizás lo más impresionante. La última vez, esparcidos, había por el suelo restos de ramas de olivos, Semana Santa, creo recordar.
ResponderEliminarUn abrazo