Ayer fui de repente consciente de que había llegado la primavera. Hace unos días estaba con que si hablar también este año de ese prodigio recurrente de los narcisos; y entre que sí y que no, zas, la Primavera: me di cuenta de que los árboles de la curva de Económicas estaban echando hojitas, y de fondo se veía un verde claro, en dirección al Colegio Mayor Gelmírez
(al lado, en el estanque, los gansos, enzarzados entre ellos, nada bucólicos; en una esquina, un cisne estaba rehaciendo su nido. Su cuello se iba sumergiendo para recoger hojas y vi claro que eso inspiró claramente -no me cupo duda, aunque, bueno, 'grúa' es 'grulla'- a los inventores de las grúas).
Lo de la primavera me alegró de verdad: no recordaba tanto frío en ningún invierno anterior.
Ha sido una dulce Semana Santa, entre las alegrías de los conciertos de Músicas Contemplativas, el Triduo Pascual (en las Carmelitas, un sacerdote indonesio que leía trabajosamente homilías de cuatro minutos y para redondear el exotismo, dos chicas que yo me quería imaginar chinas, pero de las perseguidas por el comunismo, mientras la monja francesa leía las lecturas tan bien) y un sol que brillaba con la alegría del que todavía no se dedica a quemar, solo a iluminar.
Eso es lo que os quería contar, que qué bien.
Sí, qué bien. Otra vez aquí.
ResponderEliminarUn abrazo