El sábado y el domingo fue corregir exámenes, con su punto de amargura por haber elegido textos de Lisias un punto retorcidos -aunque se podía aprobar de sobra, eh.
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El domingo, de vuelta de la Catedral, se me ocurrió parar un momento en el CGAC, a ver qué/si había algo "de nuevo" (es un decir). Y por suerte, ni miré lo que había porque resultó que tenían allí el acto de fin de curso de Konservatoriya, un conservatorio de Santiago que, según explicaba el programa, está dirigido por una profesora armenia según principios pedagógicos rusos. Yo me llevé un alegrón: si aquí tuviéramos el nivel musical de los eslavos, qué gran salto adelante, hasta cumpliríamos los planes quinquenales y estratégicos.
Fue todo un espectáculo ver a un niño como de siete años o una niña casi más joven (se tuvo que subir con ayuda de un taburete al asiento) tocar el piano de un modo que a mí me pareció puro virtuosismo. Hasta se equivocaron una vez o dos, así que no estaba grabado: la música sonaba muy bien entre los repetidos intentos de boicoteo de los hermanos más pequeños de los virtuosos.
Eché mucho de menos haber aprendido a tocar algo de pequeño: cero en el apartado musical, esa fue la pobreza de mi infancia.
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Y qué puntillismo dedicarse a escribir aquí en cinco días la vida de unas horas.
Y no, no, no voy a citar a Borges y lo del mapa, que ya estamos todos aburridos de tanto Borges para arriba y tanto Ménard para abajo y eso de los mapas del tamaño del mundo. Qué aburrimiento Borges, madre mía.
Como te van a reñir por lo de Borge, digo también "qué aburrimiento Borges, madre mía".
ResponderEliminarHay a quienes les aburren muchas cosas. Lope, por ejemplo, que no era nada tonto, encontraba (y así consta en una de sus cartas) la Divina Comedia un peñazo insoportable. Qué le vamos a hacer: Lope, con ser Lope, se equivocaba en eso, como Ángel y Suso se equivocan en lo de Borges. Cosa distinta es que uno pueda cansarse de la utilización más o menos pública que en un momento dado se haga de uno u otro. También en Portugal, y por la mismísima razón, y me consta, hay gente nada tonta aburridísima de tanto Pessoa. Es tomar (o sea, confundir) el rábano por las hojas.
ResponderEliminarPor lo demás, el propio Borges decía a sus alumnos que, si por ejemplo Shakespeare no les gustaba, si les aburría, que lo dejaran: acaso no había escrito para ellos, o no en ese momento. Puede que más adelante sí llegara a hablar para ellos; y si no, no pasaba nada. Yo pienso igual. Y también pienso que, si algo que mucha gente valiosa aprecia nos deja fríos, es muy aconsejable que uno tenga al menos la humildad de dejar en duda si no podría ocurrir que el problema no estuviera, digamos, en Borges (o en Pessoa, o en Dante), sino en uno mismo. Aunque uno sea Lope de Vega. Y especialmente, ay, si no lo es.
Deliciosa serie VSD.
ResponderEliminarY qué identificación -y cuánto me he reído- con la frase de Borges.
Así que también me sumo: "Qué aburrimiento Borges, madre mía".
Me he reído como HdR con lo de Borges, aunque esta vez estoy —y lo celebro— con gatoflauta punto por punto (menos la frase final, que no hacía falta, ay).
ResponderEliminarLo mejor de la entrada, lo siento, Ángel: esa pobreza tuya de la infancia. Qué bien vista y qué identificación.
Siento que a EGM le disguste mi frase final. Pero es cierta: "uno", o sea yo, ciertamente no es Lope, ya quisiera. Y ése (si no hubiera otros mil, que los hay) es buen motivo para recomendarse humildad. (Dicho de otro modo: la ironía, que la hay, es ante todo y sobre todo autoironía). Cosa ésta, la de recomendarse humildad, que por otra parte ya hacía el mismo Borges. Se recoge, por ejemplo, en el libro "Borges ante el espejo" su respuesta ante el comentario de alguien que habría dicho: "¿Borges? Un "bluff". "De acuerdo, amigo, pero un "bluff" involuntario". Yo soy perfectamente capaz de imaginar la respuesta, ante un comentario así, de tantos "grandes" que lo son al modo de la rana de La Fontaine. Y no se parece en nada a ésa.
ResponderEliminarQue a mí me aburra Borges no significa que no reconozca sus dotes artísticas. Sus inquietudes, que no enumero aquí por archiconocidas, no despiertan en mí ningún interes ni ninguna emoción. He leído cosas de él que me han gustado mucho, "Evaristo Carriego", el libro que recoge los prólogos que escribió de obras clásicas de la literatura, alguno de sus cuentos y muchas de sus poesías. Hay dos planos que no deben confundirse: el que "entiende" y el que "siente". "Entiendo" a Borges pero no lo "siento".
ResponderEliminarMe pasa lo mismo con otros escritores (Proust, Joyce...) cineastas, pintores, y demás fauna del mundo artístico.
Gracias a Suso por su comentario, que matiza y completa el de antes; su reacción frente a Borges no es pues sólo el "qué aburrimiento".
ResponderEliminarEs muy natural lo que ahora dice. Hay una frase de Eliot que a mí me gusta mucho; me parece muy lúcida y muy verdadera. Dice: "Un gusto personal es, necesariamente, un gusto limitado". Hay que tener eso en cuenta, pienso, para uno mismo como para los otros.
Por lo demás, lo de "ninguna emoción" me hace recordar la acusación que ya en vida le hacían algunos (y de la que él era muy consciente) de "frialdad", como si fuera una especie de habilísimo fabricante de mecanismos, un virtuoso de la expresión literaria. Yo creo que esa supuesta "frialdad" (de la que se ha acusado a tanta gente; baste recordar a Cernuda) es sólo aparente, y está hecha en realidad de contención y respeto. Pongo aquí un ejemplo de un soneto suyo, acaso no de los más conocidos, que quizá sirva en algo de ilustración:
En cierta calle hay cierta firme puerta
con su timbre y su número preciso
y un sabor a perdido paraíso,
que en los atardeceres no está abierta
a mi paso. Cumplida la jornada,
una esperada voz me esperaría
en la disgregación de cada día
y en la paz de la noche enamorada.
Esas cosas no son. Otra es mi suerte:
Las vagas horas, la memoria impura,
el abuso de la literatura
y en el confín la no gustada muerte.
Sólo esa piedra quiero. Sólo pido
las dos abstractas fechas y el olvido.
Pero en fin, cada uno tiene sus propios gustos. Yo lo creo, de veras, un grandísimo escritor, en el que hay inteligencia y emoción verdaderas e inagotables, no sólo habilidad formal.