Nos fuimos de Dozón tirando para adelante, a lo loco, por esas carreterillas sin indicaciones en los cruces. Podríamos haber acabado yo que sé, en Portugal.
Pero al poco dimos con una iglesia. En la pared, por fuera, estaba lo que tiene pinta de ser un resto renacentista, quizá de una tumba. Una Anunciación bien bonita con pátina de líquenes:
[y si no distinguís nada, mirad esta otra foto]
Había un montón de tumbas apretadas alrededor de la iglesia y por el suelo -no quedaba otra que pisarlas-, muchas llamativamente emotivas. En varias había inscripciones complementarias sobre la lápida grande, como postdatas, de hijos emigrantes o de nietos.
La tumba que me llamó más la atención era del año pasado, de un chaval de diez años. La habían cuidado con todo el cariño del que eran capaces: estaba su foto, y un poema objetivamente malo y con faltas de ortografía catastróficas (iva, hechar): era impresionantemente doloroso todo.
Seguimos camino a lo loco y acabamos -todavía no sé cómo- cerca de Agolada. Y ya que estábamos, visitamos los penedos y nos fuimos a tomar algo y luego nos fuimos corriendo del bar, huyendo de los gritos que daba tres de una familia inenarrable. No pudimos continuar literalmente la conversación sobre la necesaria civilidad en esta España de la tensión y el grito destemplado.
Perderse por las carreteras: hoy es más difícil, pero de un viaje ya lejano a Galicia recuerdo perderme, y gustarme, entre Santiago y Orense, por lo que era, y supongo sigue siendo, la Galicia rural, según mis estereotipos de lo rural.
ResponderEliminarEn cierta manera cada vez hacemos más turismo, pero viajamos menos, aunque lo intentamos.
Un abrazo
Felicidades por tu santo, por cierto.