viernes, 20 de abril de 2012

Leyendo al poeta Artieta en el Barbanza

Cuando vamos a Caramiñal (a retiros y círculos con gente del Opus Dei y amigos de la zona), yo prefiero mirar mientras conduzco -las colinas desde el viaducto de antes de Padrón, la ría en Taragoña, el mar desde Boiro- con Radio Clásica de fondo, pero M. (parece institucionista, pero quizá le viene de los jesuitas de Caspe) se empeña en leer en voz alta literatura.
Esta vez, para no recurrir a Proust (que hemos empezado a leer y se adapta muy bien al ritmo de lectura en el coche), le dejé mi ejemplar de Grosso Modo (Siltolá, 2011), el último libro de Fernando López de Artieta, que tanto me había gustado.
Y medio libro a la ida y medio a la vuelta -el rosario también en medio- fuimos disfrutando de esos versos que están pensados para la lectura en voz baja, pero que se leen muy bien en voz alta.
M. iba resaltando los paralelos con Lope y Quevedo, el cuidado métrico, el tono moral, la fuerte organización en estrofas, el predominio de la rima.
Yo me reía cada pocos versos y también me conmovía, sorprendido todavía de que un personaje así -arquitecto pero sabio en latines, cierrabares, desgreñado- me pillara tan cerca.

Y a mí  me gustó especialmente este poema (aunque debe de haber trampa: es sabido que los arquitectos no entienden de pintura):
Bodegón con membrillo, repollo, melón y pepino
Sánchez Cotán. San Diego Museum of Art (EEUU)

¡Dan ganas de arrodillarse al contemplar
este misterio despojamiento místico!
Qué lejos de la mezquina Cesta de frutas
de aquel bastardo y sucio pintor italiano.
Al acabar (y con una primera alarma al leer el título de un poema: Lo raro de no ser raro) le descubrí a M., en las dedicatorias, excelentes, el secreto.
Se llevó una decepción: tan cercano se nos había hecho en esa lectura en el coche.

Y podéis leer algunos poemas suyos aquíaquíaquíaquí y aquí, pero toda la información más verídica, como siempre, en El País.

1 comentario:

  1. El ortónimo del tal Arieta es un berzotas, con sus fintas y psicología prestada. Se lo perdono porque soy alumno de jesuitas y, por tanto, no rencoroso. Y porque es muy bueno: un arquitecto con tanto clasicismo métrico encima recuerda los poetas soldados del XVI. M. Clavell

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