Ayer anuncié que había salido publicado mi libro. La red se colapsó. Toda España y todo Portugal se colapsaron.
Mientras oíamos la radio por la tarde, como el 23F (sí, me acuerdo de aquel día, en 1981, hace 44 años nada menos), nos llegaban rumores de que había habido apagones en otros países: todo mentira. Otros países no padecen a quien padecemos nosotros, por nuestros pecados; y los pobres portugueses, eso sí que es triste: pagan justos por pecadores en esto.
Yo nunca seré ludita: no me gusta que no haya ni electricidad ni máquinas. Me pasé la tarde mirando a ver si twitter se actualizaba en mi móvil y nada. Entraban a veces mensajes de whatsapp, pero varias horas tarde. En algún momento parecía que había un hilo de conexión a internet y se veía la portada del periódico digital: el gobierno estaba en la luna de Valencia. No me hizo gracia volver a la prehistoria. Acostarme a la luz de una vela no tenía encanto, con el temor además de que se fuese agotando la batería del móvil. Rompí mi racha ininterrumpida de más de 600 días seguidos de estudiar griego moderno en Duolingo: ¿y quién me resarce de eso?
Y os preguntaréis qué estaba haciendo yo cuando ocurrió: en el momento del apagón pensé que sería otro más de los que solíamos tener en la Facultad, como pasó a Pedro con el lobo. Al poco volvió la corriente y yo me olvidé: resulta que debemos de tener generadores o algo y yo pensé que simplemente se había restablecido la luz. Estuve así en Babia hasta las tres de la tarde, cuando volví a casa y estábamos sin luces.
Bueno, sigamos hablando de mi libro:
En la web de la editorial. En Amazon.
Tiene muy buen aspecto. Enhorabuena.
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