No sé si es muy oportuno ahora, pero me ha gustado mucho, en este libro muy interesante de Hans Urs von Balthasar, (Tú coronas el año con tu gracia, Madrid, Encuentro, 1997, 100), lo que dice de la Ascensión. Ahí, de pasada, explica que la Tierra Santa no es menos santa que las demás y que quién mande ahí es secundario, pero lo importante es el cogollo del argumento:
Es la -divinización- final de la misión consumada de Jesús, su subida a la eternidad del Padre, la ascensión de todo el ciclo de su acción y pasión a la esfera de Dios; pero no como separación o alejamiento de lo terrenal, sino como su punto adecuado de referencia, no unido ya a tiempos y lugares concretos, sino lo bastante alto como para referir a sí todos los lugares y tiempos. Sin la Ascensión inevitablemente parecería como si el Verbo de Dios, que desplegó su voz entre los años 1 y 33 del nuevo calendario, dependiera de las leyes de la realidad histórica: como si, por ejemplo, la tierra en la que Cristo apareció fuera seriamente una tierra santa, como si se tuviera algo más que otros cristianos porque se ha estado en Palestina, como si fuera importante en qué manos políticas están los santos lugares. O como si fueran preferidos aquellos a los que se concedió ser contemporáneos de Jesús, o aquellos que temporalmente estuvieron más cercanos al cristianismo primitivo, porque la influencia histórica de una idea es un movimiento ondulatorio concéntrico, que disminuye poco a poco al propagarse.
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