Alguien me preguntó hace poco por qué no me convencía tanto La vida nueva de Pedrito de Andía de Rafael Sánchez Mazas. Yo hacía el comentario, a propósito del libro de Anti(pos)modernos españoles, por el recuerdo que tenía de mis dos lecturas, la primera con gran admiración y la segunda con menos convicción.
Esta vez, porque me he puesto a leerla una tercera vez y de hecho la he terminado en poco tiempo, mi impresión es que me ha interesado mucho. Ahora creo que puedo hacer una lectura más analítica: le veo las costuras a la novela, el trasfondo, a lo que quiere llegar, lo que tiene de artefacto con sus puntos maniqueos, pero a pesar de todo me quedo con la eficacia narrativa: creemos, sabemos vivo, a ese muchacho de quince años de temperamento apasionado, de emociones que van saltando de la alegría desbordante al hundimiento de las emociones, con unos ideales en el amor y en la vida que nos impresionan, porque los posmodernos no podemos de verdad creer en ningún ideal con esa convicción: alguien nos ha robado la inocencia y no sabemos cómo, pero no podemos recuperarla.
Me parece evidente que se exalta aquí un ideal antiguo, más o menos identificado con el carlismo. A mí los tradicionalismos católicos me dejan bastante frío, la verdad, salvo en lo que tienen de recuerdo de un modo de vida más cristiano. Se sitúa todo en 1923, cuando en Bilbao se podían hacer "fiestas vascas" y hablar -sobre todo los criados- en vasco sin que nadie hubiera imaginado que todo acabaría en ETA y en Bildu: qué exitazo lo que tenga que ver el carlismo -o su desfondamiento- en todo esto.
Es todo muy sorprendente, porque la novela está escrita en 1950. Poco después, nada menos que el hijo del autor, en concreto, hizo una novela nihilista muy eficaz. Así que es Pedrito de Andía -de ello hablaba algo Armando Pego- un anacronismo enorme, pero que a mí me atrapa. Veo en este libro una novela bizantina donde las aventuras corren por el interior del protagonista, con formato de diario. Saludando de fondo aparece la figura de un "editor", que se hace presente en algunas notas, como el rescatador de todo aquello; quizá aparezca ahí el autor retratándose.
Al que querría yo poder saludar es a Pedro de Andía ya adulto, preguntarle qué fue de su vida y de Isabel, también curioseando en qué paró toda aquella formación clásica que le daban los jesuitas en el internado de Orduña, enterarme de cómo se ganó la vida, seguramente lejos del liberalismo de Belle époque de sus padres, frívolos y viviendo de las rentas familiares heredadas, cada vez más escasas. Tampoco podría agarrarse con tanta facilidad al catolicismo idealizado que aquí se muestra: todo eso cambió también.
Qué lástima que no haya una edición medianamente crítica, que entre al contexto de redacción y publicación de la obra, lo que dijo el autor sobre ella, el trasfondo autobiográfico. Pero qué hacen todos los filólogos hispánicos, me pregunto, que no se ponen a ello.
Es El gran Meaulnes español, e incluso mejor.
ResponderEliminar¡No lo he leído! Interesante el dato.
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