Releyendo De los nombres de Cristo, me encuentro este párrafo sobre Cristo como fruto:
esto es ser Cristo fruto. Y darle la Escritura este nombre a Él, es darnos a entender a nosotros que Cristo es el fin de las cosas y aquél para cuyo nacimiento feliz fueron todas criadas y enderezadas. Porque así como en el árbol la raíz no se hizo para sí, ni menos el tronco que nace y se sustenta sobre ella, sino lo uno y lo otro, juntamente con las ramas y la flor y la hoja, y todo lo demás que el árbol produce se ordena y endereza para el fruto que dél sale, que es el fin y como remate suyo, así por la misma manera estos cielos extendidos que vemos y las estrellas que en ellos dan resplandor y, entre todas ellas, esta fuente de claridad y de luz que todo lo alumbra, redonda y bellísima; la tierra pintada con flores y las aguas pobladas de peces, los animales y los hombres y este universo todo, cuan grande y cuan hermoso es, lo hizo Dios para fin de hacer hombre a su Hijo, y para producir a luz este único y divino fruto que es Cristo, que con verdad le podemos llamar el parto común y general de todas las cosas (45).
Y a continuación una comparación que quita el aliento (yo he quitado las comas antes de "y" y lo he hecho todavía más difícil de leer sin parar):
Porque si cualquiera que entra en algún palacio o casa real rica y suntuosa y ve primero la fortaleza y firmeza del muro ancho y torreado y los muchos órdenes de las ventanas labradas y las galerías y los chapiteles que deslumbran la vista y luego la entrada alta y adornada con ricas labores y después los zaguanes y patios grandes y diferentes, las columnas de mármol y las largas salas y las recámaras ricas y la diversidad y muchedumbre y orden de los aposentos, hermoseados todos con peregrinas y escogidas pinturas, y con el jaspe y el pórfiro y el marfil y el oro que luce por los suelos y paredes y techos y ve juntamente con esto la muchedumbre de los que sirven en él y la disposición y rico aderezo de sus personas y el orden que cada uno guarda en su ministerio y servicio y el concierto que todos conservan entre sí y oye también los menestriles y dulzura de música y mira la hermosura y regalos de los lechos y la riqueza de los aparadores, que no tienen precio, luego conoce que es incomparablemente mejor y mayor aquel para cuyo servicio todo aquello se ordena, así debemos nosotros también entender que si es hermosa y admirable esta vista de la tierra y del cielo, es sin ningún término muy más hermoso y maravilloso aquel por cuyo fin se crio; y que si es grandísima, como sin ninguna duda lo es, la majestad deste templo universal que llamamos mundo nosotros, Cristo, para cuyo nacimiento se ordenó desde su principio y a cuyo servicio se sujetará todo después y a quien ahora sirve y obedece y obedecerá para siempre, es incomparablemente grandísimo, gloriosísimo, perfectísimo, más mucho de lo que ninguno puede ni encarecer ni entender (46).
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