miércoles, 26 de abril de 2023

De cómo la Biblia la coparon las Universidades alemanas

Hace casi un año comentaba aquí un libro que me había interesado mucho, sobre la interpretación de la Biblia entre los siglos XIII y XVII. He terminado ahora la continuación cronológica, hecha también por Scott Hahn, pero aquí con la ayuda de Jeffrey L. Morrow, Modern Biblical Criticism As a Tool of Statecraft (1700-1900). Prometen una continuación de la historia hasta el presente, que será tan interesante, y tan dolorosa, o incluso más, que esta. 

Sería muy complicado contar todo lo que desarrollan aquí, pero para daros una explicación simplona, lo que hacen es mostrar cómo en la línea de autores tratados en el libro anterior, entre los que destaca como influencia decisiva Spinoza, en el ámbito germánico se desarrolla una interpretación de la Biblia que ha acabado siendo dominante no solamente en el mundo germano-protestante, sino en todo el ámbito cristiano, también -ay- el católico, la que domina el mundo de las Universidades alemanas en el siglo XIX.

El método histórico-crítico, que se cuece ahí, se presenta como un método riguroso, filológico, de análisis de fuentes. Llega a conclusiones como que el Pentateuco no tendría ningún valor histórico o que Marcos sería el evangelio más antiguo: afirmaciones como estas parecen ahora inamovibles, cuando surgieron -explican en este libro- en un contexto muy marcadamente político, asociado en buena medida al estado prusiano y al servicio de él, con profesores de universidades estatales en línea con los planteamientos políticos dominantes. No quiere esto decir que todo lo que dijeran sea mentira, sino que muchas veces lo que parecen afirmaciones puramente científicas son apriorismos desde los que se parte, envueltos en explicaciones pretendidamente científicas.

Hay un paralelo fascinante, que mencionan y que yo puedo explicar mejor: la filología homérica se estaba desarrollando a la vez. En esas mismas Universidades germánicas dominaban los partidarios de la teoría analítica, que veía una autoría múltiple y descomponía los poemas de Homero en muchas fuentes, orales y escritas, de autores que iban creciendo en número con cada nueva hipótesis, distinguidos por razones estilísticas, de temáticas o criterios supuestamente objetivos. Todo muy riguroso, pero que ahora vemos con un grandísimo escepticismo: ¿por qué tal verso de Homero es del autor A y estos otros a continuación son del autor B? Pues porque lo decían con grandísima seguridad aquellos filólogos homéricos que, eso sí, se sabían a Homero de memoria, pero que ahora a nosotros nos dan más bien piedad que otra cosa. Te preguntas: ¿pero cómo estaban tan seguros de eso que decían, sin tener garantías? El hecho es que Homero se les moría en la sala de operaciones donde lo estaban diseccionando. De la maravilla de la Ilíada y la Odisea no quedaba nada: un cadáver para contemplar con pesar. A mí no me cabe en la cabeza que esas obras homéricas no sean de alguien que al menos les dio un acabado unitario, quizá partiendo de elementos previos, pero insertándolos en una creación propia y valiosa. 

Bueno, pues algo así pasó con la Biblia. De ser la Palabra de Dios acabó en un batiburrillo de textos que nos dejan al final, y como mucho, una vaga sombra de un tal Jesús que parece que dio algún mensajito moral bueno para tener a las masas calmadas: lo ideal para el estado prusiano, por otra parte (spoiler: luego llegó el nazismo).

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