A propósito de nada. Autobiografía es el título español, no sé si del todo conseguido. Lo que explica Woody Allen es que no se considera en absoluto un cineasta destacado (al menos comparado con sus ídolos, como Bergman o Fellini) y que ni él ni su obra perdurarán, porque nada perdura: todo se acaba y no hay inmortalidad, ni siquiera en el arte (mirad la página 88). Así creo que se entiende mejor el título, que yo me atrevería a traducir quizá con ¡A propósito!: nada. Autobiografía. O más libremente: Autobiografía a propósito de la nada.
Me animé a leerlo por un artículo con propuesta de Jaime García-Máiquez sobre la portada.
Es uno de los libros que más carcajadas me ha provocado. Es nihilista proselitista, pero su sentido del humor a mí me parece extraordinario, algo que por lo demás es, creo, lo contrario del nihilismo, aunque el afirma que sí se compadecen ambos extremos.
Es en buena parte una Apologia pro vita sua, especialmente sobre sus errores a la hora de elegir en su vida un tipo determinado de mujeres, intelectuales y psicológicamente muy complejas. Hay muchas páginas sobre los líos de todos conocidos, aunque a mí me han ayudado a aclararme sobre aspectos que tenía confusos, por ejemplo que Soon-Yi, su mujer, no era su hija adoptada.
Lo más sorprendente es lo crítico que es con sus películas, después de mostrar que son lo más importante en su vida. Hay algunas que critica duramente, pero que a mí me gustaron mucho. Lo mismo da: él dice que no lee críticas (luego cita bastantes de esas críticas, pero eso ya se sabe).
En el libro se empeña en afirmar que es lo contrario de lo que se entiende por una persona intelectual: se define como alguien con sentido del humor, que ha hecho de eso su vida. Muchas páginas tratan de los cómicos que conoció (muchos de ellos no sabía yo quiénes eran, salvo Bob Hope, Danny Kaye y pocos más). Dice así:
Amigos, estáis leyendo la autobiografía de un analfabeto misántropo que adoraba a los gángsteres (....); (16).
Por cierto, me asombra cuántas veces me describen como «un intelectual». Esa es una concepción tan falsa como el monstruo del lago Ness, puesto que no tengo ni una neurona intelectual en la cabeza. Iletrado y sin ningún interés en nada académico, cuando crecí era el prototipo del vago (…). No tengo ideas profundas ni pensamientos elevados (…) (22).
Sus esfuerzos por culturizarse los atribuye a ese querer estar a la altura del tipo intelectual de mujeres que le gustan. Exagera, claro, pero algo de verdad hay ahí. De todos modos, elogia a Hemingway, Camus, Melville o Emily Dickinson.
Me gustó leerle que no le gustó Con faldas y a lo loco ni Que bello es vivir (a mí tampoco, antes me parecía muy buena, ahora no). Tampoco El gran dictador.
Quizá su libro se pueda resumir en esta frase:
Al igual que Bertrand Russell, siento una gran tristeza por el mundo. A diferencia de Bertrand Russell, no sé hacer cálculos matemáticos complejos. Y tal vez no pueda transmutar mi sufrimiento en un gran arte o una gran filosofía, pero puedo escribir buenos chistes cortos que sirven para distraer momentáneamente y brindan un breve respiro de las consecuencias irresponsables del Big Bang (372).
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