lunes, 11 de julio de 2022

El burro flautista

Yo le hice caso a Enrique cuando me regaló El burro flautista, su última recopilación de artículos en La Veleta. Me dijo: ya los has leído, no hay prisa. Y no tuve prisa. 

Ahora, nueve meses después, me ha dado por leerlos y no tengo que hacerme de nuevas porque me han sonado todos a nuevos; estaban todos igual de vivos. A veces me gustaría ser más Funes el Memorioso, pero la desmemoria tiene también ventajas, como disfrutar por duplicado de los artículos de Enrique, leídos ahora, volviéndome a admirar.

El libro, por empezar por lo más material, es precioso, la portada, y el papel, gordo, un placer página a página: 


Sí que me acordé de que había disfrutado ya de un artículo-poema, sobre la torre de arroz que le deshicieron a su hija de tres años y que da para una sentida elegía cómica (51-52). Y también recuerdo que ya me había parecido un gran artículo el de la piñata (73-74), así que ahora, releído, mucho más, con todas sus metáforas políticas igual de rozagantes. 

Son estos sus artículos menos apegados a la actualidad, los más literarios, en el sentido más noble de la palabra 'literario'. Quizá por eso me fijé en aliteraciones como esta:

Ya no hace falta ser un novelista distópico para imaginar un futuro de vidas escrutadas sin resquicios.

El artículo Barroco en la calle sobre la Semana Santa (andaluza, claro) define el alma del Barroco como la «aspiración a no renunciar a nada» y es así de sonoro también, y de silencioso al final también: 

Rememoren la música: desde las bandas, tan abultadas, hasta la rota y sola saeta. En medio, suspiros, susurros, aplausos, piropos, chisteos, tintineos de plata, oraciones, jaculatorias, roces de sedas... silencios. Silencios que al final se oyen (71-72).

Hay hasta una meta-aliteración, porque lee él una en un poema de LAC y le sale a continuación otra:

Observen la aliteración (pegando-pedagogo), que da al verso cierta violencia bufa de bofetada fofa (99).

Me refiero a lo literario en este libro también porque hay artículos para comentar poemas, como ese que acaba con un haiku de él mismo mirando el dedo de su hija, donde está una luna pintada (49-50).

Retama en flor es directamente un poema. Esto dice de las flores de la retama: 

Las florecillas son muy bonitas, aunque no destacan ni mucho menos como las flores de porcelana del almendro. Las de la retama se dirían hechas a pellizcos pequeños de miga esponjosa de pan. Y luego está el problema del contraste. Sobre los troncos negrísimos, qué fotogénicas quedan las flores blancas del almendro.

Sobre el verde blancuzco de la retama, las suyas van de camuflaje. ¡Mejor para su olor, que, entre el frío y la lluvia, tan lejos de la primavera, nos sobrecoge de improviso con una intensidad turbadora! (63-64)

También pasa con Pájaros, agua, sobre golondrinas planeando en una piscina, gorriones, jilgueros.

Y en la página 137 me llevo la sorpresa de encontrarme citado en un artículo con mi nombre: esto no sé si es señal de mi humildad o de indicios de alzheimer. Y luego me da por pensar que en el siglo XXIII los filólogos del futuro se las van a ver negras para poner una nota a pie en la que expliquen quién ese "Ángel Ruiz" que aparece citado ahí.

2 comentarios:

  1. Bonita reseña; desde luego dan ganas de leer el libro.

    Tu última reflexión me ha recordado una cosa que me angustiaba de (muy) pequeño: pensar en si los arqueólogos que en el futuro me desenterrasen y pusiesen en la vitrina de un museo (?) sabrían poner en la cartela que me llamo Antón, o si me pondrían otro nombre cualquiera.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ya ves los de Atapuerca, que ponen nombres a sus huesos en plan chiste, qué falta de seriedad.

      Eliminar