En Burgos mi madre, en un paseo que nos dimos el viernes por la tarde por el camino de Sanzoles (del nombre, que imagino que será por san Zoilo, quedan como eco los restos de una ermita, un poco escondidos entre chopos), fue señalando las bolitas blancas de arbustos que íbamos viendo: eran espino blanco.
Hacía un sol muy bonito y -cosa increíble en esa ciudad de clima inclemente- no hacía viento ni se sentía frío: nos paseamos plácidamente y luego volvimos por las tapias de las Huelgas. Había olmos, había castaños de indias florecidos y también vimos cardos en las zonas más de tierra de nadie.
Yo por la mañana, en el viaje de ida, había estado disfrutando mucho de la primavera en todo el recorrido. Los campos de trigo o cebada, o lo que fueran, estaban muy verdes. También había campos muy amarillos, de colza. Yo estaba oyendo maravillado un programa especial de Radio Clásica en el que homenajeaban a Teresa Berganza poniendo interpretaciones suyas: como Cherubino, como Carmen, cantando De España vengo:
A la vuelta del camino, nos sentamos en un banco frente al nuevo Colegio del Niño Jesús: una niñas jugaban a ponerse vacunas unas a otras.
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