Es parte del léxico familiar, de esas frases que repetimos en momentos concretos: después de cenar, si mi madre me pregunta que si quiero leche, suele salir la frase.
Yo debía de ser muy pequeño. Habíamos ido a las barracas, que es como llaman en Burgos a las atracciones de feria. Ayer pasamos justo por allí, ahora es un paseo peatonal, en dirección a la Cartuja; estaba repleto de gente de mi generación, de los que priman el andar a las pastillas del colesterol.
A lo que iba: parece ser que en las barracas habíamos comido de todo y llegábamos de vuelta ahítos y cansados y mi madre -voy a imaginar que yo tenía entonces cuatro años- pensó, ilusa, que nos acostaríamos directamente, pero yo dije la célebre frase:
Mamá, que no me has dado el sayuno.
Ahí se me ve, ya retratado, hace cincuenta años, queriendo un vaso de leche para completar el día: el amor a la rutina, el buen saque, las permanencias.
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