La primera parte de 2.51 es de las que más nos pueden servir de comparación entre la peste de Atenas el año 430 a. C. y la pandemia actual, porque en aquella situación los síntomas eran tremendos y horrorosos, y ahora, al menos al principio, menos. Pero el desánimo ante una enfermedad que no se sabe cómo atacar, es parecido:
La enfermedad, si se dejan de lado muchos otros síntomas extraños debidos a las diferencias particulares que hay entre un individuo y otro, era así como he contado a grandes rasgos. No hubo por aquella fecha ninguna otra enfermedad de las habituales, y la que aparecía acababa llevando a esta. Morían unos por falta de cuidados, otros a pesar de ser cuidadadosamente atendidos. No hubo ni un solo remedio cuya aplicación fuese útil, pues lo que era conveniente para uno, perjudicaba a otro; ningún cuerpo, fuerte o débil, parecía capaz de hacerle frente: en todos hacía presa, aunque fueran sometidos a diferentes tipos de tratamiento. Lo mas terrible del mal en su conjunto era el desánimo cuando uno se notaba afectado —pues entregados a la desesperación se abandonaban mucho más y no le hacían frente— y el hecho de que al contagiarse por cuidar unos de otros, morían como ovejas (la traducción, de Francisco Romero Cruz, aunque aquí he cambiado bastante más yo).
Lo de morir como ovejas me recuerda a muchos pasajes bíblicos.
Venga, a comparar con la versión de Diego Gracián:
Dejando aparte otras muchas miserias de esta epidemia, que ocurrieron a particulares, a unos más ásperamente que a otros, este mal comprendía en sí todos los otros y no se sufría más que él, de suerte que cuanto se hacía para curar otras enfermedades aprovechaba para aumentarlo, y así unos morían por no ser bien curados, y otros por serlo demasiado, no hallándose medicina segura, porque lo que aprovechaba a uno hacía daño a otro. Quedaban los cuerpos muertos enteros, sin que apareciese en ellos diferencia de fuerza ni flaqueza; y no bastaba buena complexión ni buen régimen para eximirse del mal. Lo más grave era la desesperación y la desconfianza del hombre al sentirse atacado, pues muchos, teniéndose ya por muertos, no hacían resistencia ninguna al mal.
La primera parte se ve que no acaba de comprenderla del todo, juntando lo de los síntomas más característicos (frente a los más esporádicos) con el hecho de que otras enfermedades desembocaban también en la peste. Y ese afán de juntar le lleve a meter ahí también lo de la indiferencia de ser tratado con mucho cuidado o no para resistir la enfermedad. No hay en Tucídides mención de cuerpos muertos. Aquí naufraga claramente, pero le salvan las dos últimas líneas, en un castellano precioso.
Encuentro en Lucrecio VI las palabras " multaque humi cum inhumata iacerent corpora supra/ corporibus,". Recuerdo esto porque me impresionó mucho la expresión.
ResponderEliminarEs muy impresionante, sí. Es traducción de un pasaje de Tucídides, pero un poco después: lo pondré esta semana.
EliminarEn Lucrecio VI encuentro " multaque humi cum inhumata iacerent corpora supra/ corporibus,"
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