miércoles, 27 de mayo de 2020

Los médicos

Puedo hablar mucho menos de los médicos que de las enfermeras, porque los veía solamente cuando pasaban, muchas veces en grupo y siempre con mascarilla. Voy a decir algo evidente: son lo más importante del hospital. Mi admiración por ellos, ya enorme, ha crecido más si cabe. Valorar el trabajo abnegado de las señoras de la limpieza, de los celadores, los auxiliares, de los que iban con un palo compactando en los cubos los restos de material contaminado por el coronavirus, es muy importante, porque cada uno en su función es fundamental, pero al final quienes son decisivos son los médicos y como primum vivere, deinde philosophari, comprendo ahora todavía mejor que los estudios de Medicina sean los que con más seriedad se realizan: nos va la vida en ello. Ojalá en los demás ámbitos, como Wittgenstein respecto al filosofar, nos lo tomáramos así: no aprobaríamos a la gente con el latiguillo estúpido de «ya les enseñará la vida».
Yo estuve en manos, en estudio, bajo la lupa, de un montón de médicos, pero o no los veía o nos lo reconocía de primeras con tanta máscara como llevaban o sus decisiones me llegaban en forma de tratamiento administrado por las enfermeras, pero si estoy aquí es por ellos. Hablaré de algunos, pero fueron más que los que recuerdo aquí los que intervinieron en mi tratamiento: por lo que sé, hubo un momento de especial crisis y salí de él gracias a los años de estudio y experiencia de todos ellos, lidiando además con una enfermedad nueva, en la que se van desechando casi cada día tratamientos tentativos. Y porque Dios me tuvo de su mano, claro, y porque rezó un montón de gente.

Para empezar, vive aquí en nuestra casa un médico que ya se puso en alerta cuando me oyó toser una tarde: me miraba y yo pensaba: ¡pero si es una tosecilla! Me dijo que me aislara en la habitación y al ver que día siguiente me iba subiendo la fiebre paulatinamente, movió Roma con Santiago (nunca mejor dicho) para que me miraran en urgencias, cuando lo que yo quería era acostarme: así empezó mi experiencia hospitalaria. Todo el tiempo estuvo pendiente y fue el que tuvo a mi madre y a mis hermanas (y por extensión a mucha gente) al tanto de todo lo que me iba pasando. 
Recuerdo a un médico que habían contratado hacía poco para la UCI, muy majo, que me dijo que unos estudios garantizaban que mis problemas no se repetirían de ningún modo, porque estadísticamente, tras salir de dos intubaciones, ya no había riesgo: no lo puse en duda, me tranquilizó muchísimo la afirmación, que ahora me parece como que podría haber empezado a discutir, por ese espíritu quisquilloso que a veces me sale: pero entonces venció mi veneración por la autoridad, la auctoritas médica. 
Yo, en mi actitud de negacionismo del conocimiento de todo lo que tenga que ver con lo médico, que tan incomprendido me hace por parte de los que se dedican a esos ámbitos, porque no les cabe en la cabeza mi actitud de avestruz que esconde la cabeza en el suelo, tampoco quería mucha información y he comprobado que son más bien parcos en ello, lo que les agradezco. En esas situaciones no querría mentiras, pero tampoco que me abrumaran con datos que no puedo valorar: quiero que me tranquilicen con la verdad, que me sonrían, que me animen, hasta que me riñan un poco, pero no que me abrumen a datos.
Por la UCI aparecía también una médico que me recordaba a Marisol de jovencilla, muy simpática: se iluminaba el lugar con su sonrisa imaginada tras la mascarilla.
Qué alegría me dio un médico que apareció un día y de sopetón me mandó recuerdos de otro médico amigo y para colmo, también de un amigo mío de Barcelona. Resultó que conocía de toda la vida a ese médico: fue casi como el primer contacto con el mundo exterior en una semana. Otro día apareció con otro médico muy alto: justo era otra tarde en que las enfermeras me habían preguntado si quería algo de música y yo dije que Handel, las arias, y que buscaran en Youtube. La primera era Lascia qu'io pianga, que estoy ya un poco aburrido de oír, de tanto oírla, pero que me emocionó, pensando que la habría podido cantar mi vecina de la cama de al lado, doña Teresa y que, si hubiera podido cantar eso, le hubiera salido muy verdadero su lamento: Deja que lamente / mi oscura suerte. Estaba yo en la gloria oyendo más arias y justo entraron y parecía un poco fuera de lugar, pretencioso, pero no me importó. Luego apareció el amigo de mi amigo más veces: le interesaba que contara mis alucinaciones, era un médico muy pendiente de la reacción a los efectos de la enfermedad. También cogía de las manos a doña Teresa y le hablaba con voz clara, a ver si reaccionaba, y cómo, a su voz.
Cuando me iba a ir ya de la UCI, apareció un médico, que resultó ser el jefe de la UCI. Luego me enteré de que había estado muy pendiente de mí todo el tiempo. Tengo que ir a agradecerle su trabajo y el de todas las personas que trabajan en la UCI, empezando por los médicos.

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