Eso es así porque a partir del domingo ya no habrá «beato», sino que será san John Henry (o Juan Enrique, por qué no) Newman. He estado leyendo Via media. (el volumen II; aparte está el tracto 90), donde recogió textos de esa época en la que pensaba que la Iglesia Anglicana era el medio perfecto entre los excesos de los luteranos y los de los católicos. Me ha impresionado una barbaridad, otra vez más, su honradez intelectual y he podido constatar hasta qué punto era anglicano y hasta qué extremos era inglés, hasta las cachas. Que se hiciera católico es para mí un milagro de los gordos, pero de los gordos, gordos.
Yo pensaba que sería un libro aburrido. No es para menos si ves que un capítulo es «La restauración de los obispos sufragáneos», pero hasta ese me acabó interesando. O me he vuelto muy aburrido en mis lecturas (y creo que sí) o es que Newman es alguien siempre grande como escritor.
Hay un capítulo en el que discute un ataque que un catedrático de Oxford había hecho al libro de su amigo Hurrell Froude, ese con el que se fue al Mediterráneo de viaje, que era percibido como «demasiado ladeado hacia lo católico». Ahí aparece, al principio, este párrafo esplendoroso:
Yo pensaba que sería un libro aburrido. No es para menos si ves que un capítulo es «La restauración de los obispos sufragáneos», pero hasta ese me acabó interesando. O me he vuelto muy aburrido en mis lecturas (y creo que sí) o es que Newman es alguien siempre grande como escritor.
Hay un capítulo en el que discute un ataque que un catedrático de Oxford había hecho al libro de su amigo Hurrell Froude, ese con el que se fue al Mediterráneo de viaje, que era percibido como «demasiado ladeado hacia lo católico». Ahí aparece, al principio, este párrafo esplendoroso:
Estoy seguro de que, cuanto más se remuevan esas opiniones que usted censura, más se extenderán. De esto hemos tenido abundantes pruebas durante el curso de los últimos años. Sean cuales sean los errores y faltas de sus defensores, esas opiniones tienen en sí esa raíz de verdad que -lo creo firmemente- lleva aparejada una bendición. No pretendo decir que llegarán a ser tremendamente populares: esa es otra cuestión; la Verdad no es nunca -o, al menos, nunca lo es por mucho tiempo- popular; y tampoco digo que tendrán sobre la mayoría esa externa influencia que a menudo ha poseído esa Verdad que ha sido patrimonio de unos pocos, los cuales la han valorado, entronizado y recibido de ella su fuerza; ni tampoco que no estén destinadas -como lo ha estado a menudo la Verdad- a ser repudiadas o pisoteadas como algo odioso. Pero de esto sí estoy seguro: que, en esta coyuntura, en la medida en que esas opiniones sean conocidas, se abrirán camino en la comunidad, haciéndose con lo que es suyo y buscando y encontrando refugio en los corazones de cristianos, de arriba y de abajo, aquí y allá, con este hombre y con aquel, según sea el caso; y harán su labor en su día, y constituirán un memorial y un testimonio para esta generación caída de lo que ha sido, de lo que Dios siempre ha tenido y de lo que será un día en la perfección; y eso, no por lo que son en sí mismas, ya que, cuando se las observa en lo concreto, están mezcladas -como sucede con todo lo humano- con el error y la enfermedad, sino por razón del espíritu, la verdad y la antigua vida y poder católicos que hay en ellas (p. 192).La traducción, sobresaliente, en un volumen tremendamente bien editado y con índices y explicaciones excelentes, es de José Gabriel Rodríguez Pazos, al que no tengo el gusto de conocer, pero al que le estoy tremendamente agradecido por el libro.
Serán lecturas aburridas pero esta introducción ha quedado de lo más genial, la comparto en Facebook...
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