De lo de Italia llevo contado menos de un día, que ya es contar despacio; pero puedo hacerlo todavía más lento metiendo en medio un poco de presente: ayer me fui a Sober (no Sóber), en la Ribeira Sacra, que estaban mi madre y dos de mis hermanas pasando unos días allí.
Aprovechamos para ir al cañón del Sil, que ninguno habíamos estado nunca. Es un pantano (de los de Franco) que convirtió el cañón del río en un lago metido en un cañón. Se coge en Os Chancís (todos los detalles, aquí) y es una hora en catamarán viendo paredes muy inclinadas, con una gama de árboles de muchas tonalidades y combinando a la maravilla con las rocas: puro gusto japonés. Os pongo una foto, aunque no le hace justicia:
Esta especie de morrena es un viñedo, delirantemente absurdo, pero a la vez muy bonito:
Nos contaban que tienen que llegar en barcas para vendimiar. Que no sacan ni para cubrir gastos. Que continuaban por amor al terruño: yo ahí vi la mano de alguna subvención europea, pero no me hagáis caso.
Antes habíamos ido por una ruta de antiguos molinos. Bien cuidada, sería como pasearse por el monte Fuji: robles, pequeñas construcciones, un río serpenteante.
Comimos en Sober (no Sóber) y en O Xugo nos pusieron cantidades industriales de comida. Muy celebrada fue la ensalada para una familia de ocho que le pusieron a mi hermana.
Y por la tarde, a San Estevo de Ribas de Sil, ahora Parador. De la Iglesia, lo mejor el frontal medieval que recuperaron de una pared hace años. De vuelta, pastas en las monjas de Ferreira de Pantón.
Todo el recorrido era una maravilla de paisaje, de árboles. Es la Galicia mejor.
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