El jueves llamé al abogado del seguro para interesarme por el juicio fijado para hoy, lunes. Ahí es cuando me enteré de que «los otros» habían retirado la demanda, al ver el informe que había hecho la policía local, presente en el momento del choque de la chica con mi coche.
Era tan evidente que la culpa no era mía, sino de ella, que el dueño, su tío, por más rabia que le debió de dar, tuvo -me imagino- que darse por fin a razones y renunciar al litigio, a los cochinos 1200 euros que esperaba conseguir a cuenta de su mierda de coche de veinticinco años de antigüedad.
A mí me costó la demanda un fin de semana de zozobra. Pensaba estos días que si mi mayor agobio de este año fue ese, lo que hay que deducir de ello es que mi vida es una maravilla: tengo tanto por lo que dar gracias a Dios, tanto malo que no me pasa, tanto bueno que recibo, que debería ser muchísimo más agradecido. Y luego me acordé de Ruby, la protagonista de Revelación, un cuento de Flannery O'Connor, que se pone a dar gracias en voz alta y le atizan con un manual de psicología en la cabeza. Me merezco tres demandas al mes, pero espero que no, que mi vida sea tan buena como hasta ahora, aunque, como la abuela de Un hombre bueno es difícil de encontrar, sería un buen hombre si tuviera a alguien disparándome cada día de mi vida.
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