Luego todos fueron antinazis, pero él fue de los pocos que tuvo que huir de Alemania en 1933. Escapó a Austria y con el apoyo de Dollfuss, al que pone en los cuernos de la luna, intentó formar la opinión (que él todavía veía salvable en Austria) contra el pangermanismo nazi: a Dollfuss lo mataron y Hildebrand al final escapó, primero a Francia y luego a USA.
Es especialmente doloroso ver cómo describe, también sin tapujos la actitud de muchos católicos, empapados en buena parte de antisemitismo. Un episodio tremendo: da una conferencia en el seminario de Viena y cuando defiende a los judíos de las acusaciones de los nazis, la mitad de los seminaristas se marcha. Habla de obispos que quieren compadrear con los nazis («no son tan malos, pobres chicos»), de católicos que saltan de alegría al leer que Hitler, antes de la guerra, en alguna ocasión hacía guiños de supuesta comprensión al cristianismo («mira, habla de Dios»), del provincial de los dominicos alemanes, que en una conversación con él, que se pone pronto tensa, le habla de catolicizar el nazismo. También se lleva su merecido von Papen, el político católico que se convirtió en tonto útil de Hitler y que, como embajador en Austria, le puso la proa a Hildebrand.
El gran enemigo es el nacionalismo, en ese caso el alemán, que eleva a unos sobre otros, olvidando que somos todos hijos de Dios y hermanos en Jesucristo. Y los judíos son, explica Hildebrand, la humanidad en su conjunto, los que nos representan a todos (355).
Es enormemente aleccionador. Y para mí ha sido un chute de reafirmación en mi intolerancia. Ya que no hay ya nazismo ni fascismos, gracias a Dios, que no me esperen «dialogando» con los estalinismos, por mucho que se disfracen.
Esto es de 1933:
En torno a Pentecostés, vinieron a Florencia algunos familiares. Me dijeron que no podía ser tan estricto en mis juicios respecto al nacionalsocialismo, ya que los jóvenes que los acompañaban se mostraban -en mayor o menor grado- partidarios de Hitler. Aunque ideológicamente no eran discípulos del nacionalsocialismo, veían con entusiasmo la novedad, la "rebelión" y el "progreso", la conciencia nacional, la "enérgica" emergencia de Hitler y su entrada en acción. Eran jóvenes atraídos por el nacionalsocialismo tal y como se presentaba en aquel momento en el ambiente; y algunos de ellos, católicos (112-113).Aquí basta cambiar por el nombre de un partido actual en primera persona del plural y queda retratada buena parte de la población española, la juventud y los que «comprenden» a la juventud.
Y mientras Hildebrand tenía que huir de Alemania, esto es lo que se lee en cartas de Heidegger a su hermano.
Muy interesante, gracias.
ResponderEliminarYo llevaría más allá lo de "Luego todos fueron antinazis..."; no es una excusa de aquellos que se mostraron amistosos o comprensivos con los nazis, pero la verdad es que tanto el Alemania como fuera de ella, de entre los no judíos, la lista de los que se opusieron frontalmente al nazismo es corta. Y si entre los católicos hubo bastantes "comprensivos", la proporción de éstos fue mucho mayor entre loa no católicos.
Y sobre Heiddeger, hay que repetirlo: ni una gran cultura ni una inteligencia brillante vacunan contra la peor, en contraste con lo que pensaba su más famosa discípula.
Dentro 80 años va a ser divertido que nos cuenten por qué cosas "saltamos de alegría" los católicos hoy.
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