Hace unas semanas se me ocurrió una idea que no conseguí cuadrar en una frase redonda; algo así como "Cuando me pongo pesimista, me anima acordarme de los hijos de mis amigos".
Era a propósito del pesimismo ante el erial de la situación política mundial, teniendo que elegir entre lo malo y lo peor, aquí y en el Imperio. Y de la esperanza en que serán mejores los que vengan, al menos los niños que yo conozco de mis amigos (o los que no y me imagino que son excelentes, a pesar de ser revoltosos como lagartijas).
Estos días, dos noticias me deprimieron más, la primera que en el Hospital de Santiago habían nacido en 2016 cien niños menos que en 2015; la segunda, que en la provincia de Orense no nació nadie el día 1 de enero. Para rematar, el desglose de datos del aborto era la puntilla. A mí la demografía en general me deja frío, pero lo que retrata la situación actual, especialmente esas políticas de poner trabas a la familia, me deprime. Al menos Feijoo lo único que hace es dar unos euros al nacer un niño y prometer más guarderías, y se queda tan ancho.
Pero el día de Reyes (yo pedí libros sobre Flannery O'Connor y música de Haendel - qué raro) es para pedir lo que no nos merecemos, Yo no estoy aportando nada a la demografía (y comprendo demasiado bien, ay, aunque sea desde la barrera, lo que debe de suponer de exigencia el tener hijos), pero me anima pensar en la generosidad de los que, en sus hijos, van a contribuir a hacer un mundo mejor.
Muy bueno, Angel. Digamos que se merece el comentario. Es lo que más nos debe preocupar
ResponderEliminarGracias Ángel. En la lucha, para que sean fundadas tus esperanzas, seguimos.
ResponderEliminarLa paradoja mejor de todas las de Ortodoxia, y mira que las tiene, es aquella en que relaciona directamente el aprecio al celibato con la natalidad boyante. Los hechos, como siempre, le han dado la razón a Chesterton. Mil gracias por la parte que te toca.
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