Me quedaba todavía medio museo, pero lo más importante ya lo había visto. Todavía quedaba una sala, con un della Robbia bonito y unos tapices que me parecieron una maravilla, de Giulio Romano, de ángeles juguetones. Aquí, algunas fotos de detalle [mejores, en esta entrada. Y datos técnicos, en la web del Warburg]:
A continuación venía un espacio muy grande de arte francés: era como para dejar con la boca abierta, pero yo ya había visto a Rubens, ya estaba feliz y no le hice el caso que debía: había muebles fastuosos, pintura de grandísima finura, centros de mesa de plata, relojes en funcionamiento. Es prodigiosa la colección de arte francés del XVII-XVIII que tienen. Pero tendré que verla despacio en otra visita.
Y los ingleses: mi querido Gainsborough, a pesar de su monotonía. Los de Turner del mar que ya puse.
Había una sala dedicada a Guardi, qué bien.
Me hizo gracia encontrarme dos cuadros, uno de Millet y otro de Monet, justo al poco de leer la entrada de Adviento.org sobre los impresionistas y la nieve. Me reafirmé en que no me gustan ni Monet ni Manet. La última sala, dedicada a Lalique, la pasé con cierta fatiga: ya tanta curva caprichosa me superaba.
Pero qué delicia el Museo Gulbenkian. A ver si puedo volver a visitarlo pronto. Mientras, podéis echarle un vistazo a la gran entrada que le dedican en Viajar con el arte.
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