Vendé toda vuestra hacienda, que son vuestras afecciones; trocá toda vuestra hacienda por hallar esta piedra preciosa. No miréis al mundo que os diga «loco». Que os corran por las calles: «¡Al loco, al loco!» (…) «¡Al loco! ¡Que se ha tomado loco!». Decildes vos: «Tú eres loco y yo soy cuerdo; y plega a Dios que conozcas tu locura para que tomes seso, como yo le voy tomando».Y me acordé de esto de JRJ (Platero y yo, cap. 7)
Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto cabalgando en la blandura gris de Platero. Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles, blancas de cal con sol, los chiquiilos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas, corren detrás de nosotros, chillando largamente:
–¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!
...Delante está el campo, ya verde. Frente al cielo inmenso y puro, de un incendiado añil, mis ojos – ¡tan lejos de mis oídos! – se abren noblemente, recibiendo en su calma esa placidez sin nombre, esa serenidad armoniosa y divina que vive en el sinfín del horizonte...
Y quedan, allá lejos, por las altas eras, unos agudos gritos, velados finamente, entrecortados, jadeantes, aburridos:
–¡El lo... co! ¡El lo... co!
Y Don Quijote, en medio de los dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario