Pausanias era discípulo de Pródico (el de Heracles in bivio, duda entre la senda de la virtud y la del vicio) y erastés del anfitrión en el banquete, Agatón (=¿el bien?): habla por los amantes (ἐρασταί), a diferencia de Fedro, portavoz de los amados (ἐρώμενοι).
Su discurso parte también de una disquisición exegética de la tradición sagrada: las diferencias entre Homero y Hesíodo sobre quiénes fueron los padres de Afrodita, lo que le sirve para distinguir dos Afroditas distintas (y dos amores distintos):
-La hija de Urano (diosa de más edad que la generación de Zeus, nacida sin madre, de los genitales de Urano) es la del Eros uranio, el amor entre varones.
-En cambio la nacida de Zeus y Dione (que podríamos llamar casi 'Zeúsa') es la del Eros Pandemo (=de todo el pueblo, el vulgar), entre hombres y mujeres también, prefiriendo el cuerpo al alma (como se ve en que no les importa acudir a los más tontos/as para conseguir mejor su propósito, que es principalmente sexual).
La bondad de la acción la marcaría el modo en que se realiza, no su relación a un orden previo y superior. En el eros, lo que garantiza su bondad es que varones adultos amen a jóvenes al menos ya con bozo, fuerza y entendimiento, todo ello en el contexto de un compromiso a largo plazo, de convivencia para la mejora mutua, en la cual la sexualidad adquiere sentido en el conjunto. Es decir, al revés del ideal burgués de hace unos años, pero en la misma línea: se crea un marco de 'decencia' y se pone de un lado lo decente y de otro lo indecente y el sexo queda como asumido en esa nebulosa: justificado, salvado por ese fin «más alto». No es cuestión de sexo sí o no, sino de qué es lo mejor desde el punto de vista 'educativo' y 'social', ese amor duradero cuyo valor se demuestra en que se mantiene con el fin de la belleza física, que no se mueve primeramente por el interés económico o político
(Rosen apunta a que Pausanias sustituye la sabiduría, eso a lo que hay que aspirar incluso a costa de la vida, por el refinamiento o buen gusto. El problema del Eros pandemo sería entonces simplemente que sea vulgar, accesible a todos).
En apoyo de lo que dice, recurre a los argumentos 'locales' y de conveniencia': frente a las prohibiciones de los bárbaros (y la barra libre de Élide y Beocia), defiende lo establecido que le interesa: Atenas (y Esparta), donde los varones adultos tienen la ley de cara para lo que quieran (con restricciones concretas). Se pone a hablar de democracia y tiranía respecto a eso y ahí se lía, al hablar de la actitud 'infantil' del amante: que queda esclavizado en realidad. Alaba el amor uranio, pero cae en el vulgar. Lo privado domina: los juramentos no tienen ningún valor. El problema de no entroncar el eros con el bien es que se esclaviza.
Estirando su argumento, solo se justificaría el eros con alguien como Sócrates: con los demás el peligro es el error de un amor en realidad nunca de verdad duradero y educativo (lo más sensato entonces sería la abstinencia completa). En el otro extremo estaría el riesgo de corrupción de los jóvenes por parte de los sofistas.
Afirma Rosen que Pausanias, contra su maestro Pródico, quiere salvar su apetito erótico –corrige el discurso de Fedro- contra las justificaciones cosmogónicas: él prefiere el ámbito del nómos (νόμος). Con él bajamos del cosmos al ámbito personal.
Para defender la pederastia, él parte de que los hombres son mejores que las mujeres, pero eso lo rechaza Platón (Resp. 836b8: el fin natural de la unión sexual es tener hijos 838c6).
De hecho, habla de que la ley guarda a las mujeres casadas, pero se limita a señalarlo por un ética de tipo consecuencialista: por el peligro de que nazcan hijos ilegítimos y en el caso de la pederastia «desregulada», de la existencia de depredadores de los hijos pequeños (y ahí es donde se entrevé lo que debería ser una situación tremenda de Atenas, cuando se refiere de pasada a que hay padres preocupados de que sus hijos caigan en manos de esos pederastas).
Strauss se fija en la imagen del amante como cazador, que tiene como correlato que el amado es mejor que se resista: porque ahí se muestra la tenacidad.
Y explica algo muy interesante: la idea del amante como esclavo apunta a que en el amor está el componente de entrega. El filosofar para Sócrates es de hecho entregarse a la verdad sin preocuparse de la propia dignidad, ni siquiera de lo noble: la verdad no es sin más noble o bella; en cierto modo es fea.
Y otro apunte de Strauss: el amor puede ser noble incluso con engaño. De ahí la idea del amante como hombre de estado y del amado como pueblo al que quiere atraer porque lo ama, utilizando la mentira.
En apoyo de lo que dice, recurre a los argumentos 'locales' y de conveniencia': frente a las prohibiciones de los bárbaros (y la barra libre de Élide y Beocia), defiende lo establecido que le interesa: Atenas (y Esparta), donde los varones adultos tienen la ley de cara para lo que quieran (con restricciones concretas). Se pone a hablar de democracia y tiranía respecto a eso y ahí se lía, al hablar de la actitud 'infantil' del amante: que queda esclavizado en realidad. Alaba el amor uranio, pero cae en el vulgar. Lo privado domina: los juramentos no tienen ningún valor. El problema de no entroncar el eros con el bien es que se esclaviza.
Estirando su argumento, solo se justificaría el eros con alguien como Sócrates: con los demás el peligro es el error de un amor en realidad nunca de verdad duradero y educativo (lo más sensato entonces sería la abstinencia completa). En el otro extremo estaría el riesgo de corrupción de los jóvenes por parte de los sofistas.
Afirma Rosen que Pausanias, contra su maestro Pródico, quiere salvar su apetito erótico –corrige el discurso de Fedro- contra las justificaciones cosmogónicas: él prefiere el ámbito del nómos (νόμος). Con él bajamos del cosmos al ámbito personal.
Para defender la pederastia, él parte de que los hombres son mejores que las mujeres, pero eso lo rechaza Platón (Resp. 836b8: el fin natural de la unión sexual es tener hijos 838c6).
De hecho, habla de que la ley guarda a las mujeres casadas, pero se limita a señalarlo por un ética de tipo consecuencialista: por el peligro de que nazcan hijos ilegítimos y en el caso de la pederastia «desregulada», de la existencia de depredadores de los hijos pequeños (y ahí es donde se entrevé lo que debería ser una situación tremenda de Atenas, cuando se refiere de pasada a que hay padres preocupados de que sus hijos caigan en manos de esos pederastas).
Strauss se fija en la imagen del amante como cazador, que tiene como correlato que el amado es mejor que se resista: porque ahí se muestra la tenacidad.
Y explica algo muy interesante: la idea del amante como esclavo apunta a que en el amor está el componente de entrega. El filosofar para Sócrates es de hecho entregarse a la verdad sin preocuparse de la propia dignidad, ni siquiera de lo noble: la verdad no es sin más noble o bella; en cierto modo es fea.
Y otro apunte de Strauss: el amor puede ser noble incluso con engaño. De ahí la idea del amante como hombre de estado y del amado como pueblo al que quiere atraer porque lo ama, utilizando la mentira.
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