Unas horas en Coruña (y 2)

Al salir del Castillo de san Antón, hice mi obra buena del día: le dije a la señora de recepción que en dos carteles ponía en la parte en castellano «Desván de los monjes» (el nombre del sitio es «Sobrado de los monjes/dos monxes»).
Era una cantada tan grande que se quedó sin habla. Nadie parecía haberse fijado.
Hace unos años un conselleiro de Cultura de la Xunta leyó en un discurso justo eso y todavía hay risas recordándolo (entra vídeo). Aquí alguien había pasado -me imagino- el texto gallego al castellano con un programa de traducción: estos monolingües galegofalantes son bienintencionados, pero su alergia al castellano les impide hasta leerlo.
La señora me dijo que informaría y yo me congratulo aquí. Pero mirad, mirad:



Salí con la alegría del deber cumplido, de haber puesto mi granito de arena en la consecución del bilingüismo armónico en el que creen algunos (de utopías hay gente que vive; y a algunos hasta les pagan un sueldo además).
Me paseé por el muelle Francisco Vázquez (ese sí que era casta), casi acabado, todo de diseño para que los que vienen en cruceros contemplen Coru en todo su esplendor. Había un carril bici (pero cortado en medio por un camión destrozado, como una instalación postmoderna pasada por la reclamación de un seguro, o vete a saber). Carriles bici es lo que se pasan el día haciendo en Coruña: paseos marítimos con mobiliario vagamente parisino de gusto pequeñoburgués para que nadie sufra de colesterol. En medio del paseo habían puesto una imagen horrorosa de la Virgen del Carmen, pero no vamos ahora a quejarnos por lo menos, valorando lo más.

Me acerqué a la Fundación Barrié: solo había una exposición de Isaac Díaz Pardo (qué cansinos son) pero cerrada a esas horas. Volví por la calle Real (mira que es fea) y entré en Orange para curiosear: qué amable un tal Daniel, que resolvió todas mis dudas. Al final tuve que decirle que era de Santiago y que no le iba a hacer gasto en su tienda, pero ganas me dieron.