La reunión fue útil, deleitable, serena y a fin de cuentas, gozosa. Y la rematamos con verdines asturianas y una carne que hablaba (Od. 12.395). Y ya tenía yo la tarde para el Museo del Prado.
En la exposición de Bernini, un busto del cardenal Scipione Borghese. Impresionaba: si lo que quiere uno es realismo, más no se puede pedir: todos los pliegues de la gorda cara tenían la blandura -¡en mármol!- de las mollas de un bebé.
En la comida yo había preguntado por si había dibujos de Velázquez: allí había uno, del cardenal Borja. En dos trazos, un alma retratada.
Subí a la colección: me paré en Los borrachos. Cada vez que ves un cuadro de Velázquez te ilumina sobre algo, aunque a la vez notas que sigues a oscuras de mucho más. Eso es el misterio: ¿burlas del paganismo y del ritual de coronación -que Baco hace tan serio- de un devoto, mientras los demás nos enseñan el vino como trofeo (en recipientes de texturas prodigiosamente reproducidas) como lo real?
Al lado, los retratos de Don Diego del Corral y su mujer.
De Ramírez, cardos y lirios. En ese momento quise ser un gran filósofo, para hablar aquí con sentidiño de la realidad de los objetos de este bodegón en la estela de Sánchez Cotán:
Y me paré otra vez en el bodegón de Zurbarán, tan imperfecto y tan tremendamente real. Y al lado, el cordero en medio de las sombras, que es uno de mis cuadros favoritos. Y volví a ver el Murillo de la mujer del patricio, dejada en el sueño.
Yo a lo que iba era a visitar salas que conocía menos, pero la querencia me podía. Quería ver a Alonso Cano y encontré su Cristo muerto sostenido por el ángel:
Yo a lo que iba era a visitar salas que conocía menos, pero la querencia me podía. Quería ver a Alonso Cano y encontré su Cristo muerto sostenido por el ángel:
Huí de allí, para ver salas que conociera todavía menos: los italianos del XVII, los franceses: Poussin, Vouet, una colección espléndida de Claudio de Lorena, el mejor de los tres.
Y al llegar a las Poesie de Tiziano sonaron las 6 y entró la masa de la entrada gratuita (yo tampoco pagué, pero era en mi calidad de profesor, eh) y les odié mucho a todos y me importó un pito la culturización del pueblo y el progreso por el saber. Y me volví a preguntar qué hacen niños que casi no saben hablar en sitios así. El hecho es que aquello era como el metro. Yendo por la galería central oí cantar a un grupo -que me fulmine don Francisco Giner si miento- «Adiós con el corazón, que con el alma no puedo». Yo es que así no puedo.
Y huì del centro y me escondí y me refugié en mi Rubens y en mi Van Dyck. No quedaban lejos los ingleses, retratos muy buenos comprados por el Museo en los años 50: Reynolds, Raeburn, Lawrence.
El gran día se concluyó en una cena en la que me describieron algo de esa Roma fascinante de la primera mitad del XVIII, con el joven Haendel por allí. Y me hablaron del enciclopedismo de un rey portugués de entonces y salió una pregunta rompedora: ¿por qué la grandeza de Portugal no cuajó en un arte a la altura?
Si ese rey de Portugal era del s. XVIII tiene que ser José I, quien reinaba cuando el gran terremoto e incendio de Lisboa, acontecimiento que los progresistas del tiempo, con Voltaire y los enciclopedistas a la cabeza aprovecharon como arma de propaganda contra la Iglesia, por aquello de la providencia. Dicho rey dejó las cosas de gobierno en manos del marqués de Pombal, un déspota ilustrado que expulsó a los jesuítas y confiscó tierras de la Iglesia, entres otras muestras de ilustración.
ResponderEliminarNo, creo que se refería a Joao V, mecenas en sus primeros años y una figura parece que muy interesante.
Eliminarwww.nordicalibros.com/ficha.php?id=278
ResponderEliminarYendo por la galería central oí cantar a un grupo -que me fulmine don Francisco Giner si miento- «Adiós con el corazón, que con el alma no puedo». Yo es que así no puedo.
ResponderEliminarJá, já, já!
(Y ahora en serio: tu pasión es contagiosa, que lo sepas)
Muy bueno como siempre... lo de las masas, no sé, cada vez las odio más, pero por otra parte creo que deberíamos hacernoslo mirar...
ResponderEliminarYo, como terapia, lo cuento aquí, porque cada vez me veo más síntomas.
EliminarDesde mi punto de vista, no existe cosa tal como "las masas"; un concepto puramente sociológico, pero sin importe real. Sólo las personas, los individuos, tienen existencia. Personalmente soy agnóstico; pero me resulta tan cómica como inquietante la idea de un Dios dedicado a crear no personas (o no-personas), sino "masas". Y odiar lo que no existe lo encuentro un ejercicio fútil, además de éticamente poco recomendable.
ResponderEliminarYo no odio las masas. No me gusta que haya gente haciendo ruido en los Museos, así de sencillo. Me gustaría visitar El Prado solo, pero eso solo es una fantasía lejana. Y te agradería que no me hagas juicios sumarísimos.
EliminarMe alegro de que el odio no sea real, pero yo no "hago juicios sumarísimos"; me limito a constatar lo de, cito, "les odié mucho a todos" -no he sido yo quien lo ha escrito. Pero perdón por haber dado, a lo que se ve, una apariencia de "juicio sumarísimo", que desde luego no estaba en mi intención.
EliminarSí, Anónimo, lo dije de una manera demasiado brusca, aunque no quería decir literlamente lo de "odiar" a nadie.
EliminarEn realidad era una parodia de ese lenguaje moderno que a mí me resulta gracioso (si se sabe que es pura pose) de frase extremadas.
Pues ya digo, me alegro. Creo que ayuda (a mí al menos sí) el ver no "masas", sino individuos. Lo son, aunque sean muchos e incomoden (uno también).
EliminarComparto lo de las masas, y sí, habría que miráselo...
ResponderEliminarLa entrada, como siempre, fantástica. Un abrazo.
El "miráselo" me salió muy asturiano: no era mi intención, me comí la r
ResponderEliminarYo entro al Prado más o menos cada dos semanas siempre con la masa, es lo único que podemos hacer los estudiantes hijos de proletarios... Y es curioso ,pero tengo que decir que por 15 pavos más y con el doble de gente experimenté ese odio a la masa en la Galleria degli Uffizi.
ResponderEliminarNo sé si ya has estado, pero en el Monasterio de El Escorial hay una colección de pintura bastante interesante y ahí te puede tocar casi visita privada; el único ruido que se oye son los walkies de los seguratas.