Chiquillos del siglo XIX. Bien sabía yo que dentro iban barrenderos, pero qué grande fue mi desilusión cuando con mis ojos lo vi, cuando toqué el armazón de tan formidables colosos ¡mísero maniquí! (...) Allí podía verlos y tocarlos si quería y allí vi con amargo desconsuelo a los gigantes en armazón. (...) veía yo a través de sus flotantes vestidos el pobre armazón de su esqueleto, y sonreía desdeñosamente cuando me hacía observar algún amigo: Miate, miate, ¿no ves aquel bujerito que tienen allí? Pues pa que miren los barrenderos que van adentro. ¡Ay! ¡Si tuviéramos todos un bujerito por donde se nos viese el barrendero que llevamos dentro!San Josemaría vería de pequeño los de Barbastro: Esto es de 1958 y está hablando de esos defectos propios que a veces agranda la soberbia herida:
Cuando veáis ese gigante dentro de vosotros, no olvidéis que es un gigante fingido. De cuando en cuando, cada uno tiene en su mundo interior un pequeño conflicto, que la soberbia se encarga de hacer grande, para darle importancia. No hagáis caso a esas pequeñas cosas. [La soberbia, de cuatro tablas hace un gigante], cuatro maderas y dentro un hombrecito pequeño, sin sustancia. No os dejéis engañar: ¡No vale la pena!Jon Juaristi**
A Miguel le sobrecogían los gigantes y cabezudos de las fiestas estivales bilbaínas [aquí cita el artículo de arriba]. Como todos los niños, se llevó una gran sorpresa al descubrir que eran movidos, unos y otros, por personas reales, de carne y hueso. En Bilbao, representaban lo que en otras partes, el tiempo de los orígenes, antediluviano, cuando los descomunales nephilim poblaban la tierra. Sus cuatro parejas -Rey y Reina, Rey Moro y Reina Mora, los burgueses don Terencio y doña Tomasa, y el Aldeano y la Aldeana- restablecían las oposiciones básicas entre el nosotros y el ellos, dentro y fuera, orden y desorden que el Carnaval parecía haber abolido, es decir, la de cristianismo / paganismo y la de ciudad/campo.---
*"Los gigantes" [1887] (De mi país. En Obras completas 6, Turner, Madrid, 2004), p. 54-5
** Miguel de Unamuno, Taurus, Madrid, 2012, p. 78
No hay comentarios:
Publicar un comentario