Ayer, después de una brevísima enfermedad, se nos murió don Diego Fontán, con el que yo he tenido la suerte de vivir los últimos seis años.
Recordábamos a veces las fechas que le servían de hitos en su cada vez más vacilante memoria: a los 24 años, en 1950, se hizo del Opus Dei. Se ordenó de sacerdote en 1953 (el día 20 íbamos a celebrar el 60 aniversario) y estuvo por Valencia y Murcia hasta 1966 (fue la época dorada de su vida; le recordabas Alcantarilla, San Javier, el Mar Menor, Orihuela o a Isaac Peral y se alegraba). Luego se vino a Coruña y en 1982 llegó a Santiago.
Ya casi solo tenía fuerzas para decir Misa. Ahí es donde concentraba el esfuerzo del día.
Era muy bueno en los pésames y hablando por teléfono, con esa cortesía tan fina que los de la EGB (educados en la honestidad brutal) no conseguimos dominar aunque lo intentemos. Cuando iba a ver enfermos, si estaban muy mal, les tocaba la nariz y les decía cosas cariñosas.
Tenía un frío tremendo siempre: quizá por eso le gustó tanto Murcia. Salvo en agosto, iba siempre enfundado en ropa: los forros polares fueron un descubrimiento para él. Cuando sentía todavía más frío, se golpeaba las costillas.
Iba a confesar a iglesias de la ciudad. Por mi experiencia de confesarme con él, puedo decir de él lo de que aborrecía el pecado y quería al pecador.
Le gustaban los documentales de animales y las películas del oeste sin ambigüedades morales.
Saludaba con mucha cortesía por la calle a la gente, aunque se le hubiera olvidado el nombre: era un maestro en sortear ese tipo de problemas con educación.
Ya no quería viajar. Solo iba con gusto a Fátima, en mayo. Volvía siempre muy contento.
A veces le salía una risa pícara, cuando decía algo que ni ruborizaría a un pre-adolescente ahora. Se tapaba la boca con la mano: era muy gracioso el gesto.
Últimamente compraba bombones de tres en tres y se los regalaba a las de la farmacia, a la de la librería, a gente que conocía.
Ángel... que sencillo y que bonito,
ResponderEliminarUn abrazo fuerte, Álvaro Medina
Qué maravilla poder ser recordado así. Qué bonito.
ResponderEliminarMuchas gracias, Álvaro, me alegra saber de ti.
ResponderEliminarY Ramón, sí que sería una maravilla ser recordado así.
No puedo decir lo mismo... porque no he dejado de saber de ti (te sigo con frecuencia). No olvides que La Mancha crea una hermandad especial que perdura para siempre. Sigo en mi dulce destierro personal (ya empezamos un quinto año) por esta otra Península, la Itálica, que tampoco es que esté muy boyante.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y continúo siguiéndote, Álvaro Medina
Buenísimo, Ángel. Me ha hecho sonreir mucho al leerlo pues me he acordado de muchos momentos parecidos,
ResponderEliminarDani Galindo