Aquí cuenta lo que hacía cuando veía papeles anticatólicos por las calles:
Y cuando en las calles topo los papeles del Papa gomitando Padres de la Compañía y con unos grandes cuernos, que solían ser dos y ya son cuatro, no regateando ni queriendo sino los que están fijados en la pared de la calle, los he comprado, y con gran flema hecho pedazos; y dejándolos en el suelo abobados mirándome y diciendo que soy papista sin duda; y háseme prohibido de los amigos, que dicen me haré muy pública, y que no convendrá eso para mayor gloria de nuestro Señor (231-232).
Esto es lo que ve como su misión:
Quiebra el corazón ver tantos millares de almas anegadas en un abismo de error, sin quien les diga palabra. Porque los sacerdotes y religiosos por ninguna vía pueden hablar en público; y si de algunos herejes son conocidos, no pueden salir de día por las calles sin notable peligro de ser cogidos. y así, parece que está librada la conversión de esta gente en las personas de tan poca importancia como yo y otras semejantes. Y aunque no parezca de presente el fruto, cava mucho la verdad arrojada en su corazón; y ponerles la luz de la fe delante los ojos abre puerta a las inspiraciones de Dios (267-268).
El momento más divertido con diferencia de sus memorias es uno bastante dramático y de tremenda crueldad: cuando está ante el juez, se junta un tropel de gente,
diciendo que yo era un sacerdote romano en hábito de mujer, que iba por las calles persuadiendo mi fe en aquella extraña manera (273).
Porque resulta que la pobre debía de ser muy fea. Pero mirad cómo lo cuenta ella:
Bajó el juez otra vez allí, y roguéle no me enviase a la prisión que quería, porque es muy llena de hombres y vocería y malsana, en medio de la mayor trulla de la ciudad, y ninguno en ella preso por religión. Hizo mucha burla con su secretario de que yo huyese la compañía de hombres siendo tan fea y de mal talle. Y sabe Dios lo que yo holgaba de parecérselo en tanto extremo. Díjome que no tuviese cuidado de aquello, que me aseguraba que, aunque estuviese entre ciento, no me miraría ninguno a la cara.
Al final, todo eran presiones, también desde España:
Muy combatida está de amigos mi vocación hasta este último día… Sabios me escriben que me vuelva a España, y que el dolor de la honrilla servirá de martirio. Y sabios de espíritu y santidad; pero no han sabido dó llega el padecer de Inglaterra, pues imaginan que una vanidad me detiene en él, aquí" (94)
[creo que fue el padre Luis de la Puente el que le decía que volviera y sufriera por Dios la vergüenza de volver].
Que bueno lo de que se martirice volviendo. Y lo del humor negro es para partirse.
ResponderEliminarSobre los "consejos" de los sabios, y la posible tentación de engreimiento y vanidad, justo acabo de leer a San Bernardo, que cuando el mal espíritu le susurraba en medio de un sermón "qué bien lo haces, cómo le gustas a la gente, ¿no crees que para evitar la vanidad deberías dejarlo?", él respondía "ni por ti lo empecé ni por ti lo acabaré".
ResponderEliminarOsea, que lo del martirio de la honrilla es una bobada que le decían a la pobre.