miércoles, 11 de julio de 2012

Las llagas y los colores del mundo

Conocí a Guadalupe Arbona en un Congreso y luego en una defensa de tesis, donde nos contó con emoción algo de las conversaciones que han acabado siendo este libro. A José Jiménez Lozano, de una amabilísima visita a su casa en Alcazarén. A los dos los había leído y siempre con admiración.

Así que ya sabía que Las llagas y los colores del mundo. Conversaciones literarias con José Jiménez Lozano   [aquí el prólogoiba a ser un libro excelente, pero no me imaginaba cuánto.

Me he identificado mucho con el «personaje» de Arbona: el profesor con parámetros académicos y los instrumentos habituales -la 'teoría literaria', la preceptiva retórica-, pero que -y esto es lo distinto y lo distintivo aquí- aborda al escritor con humildad y deseo de aprender: y de ello sí que me gustaría aprender a mí. Dice por ejemplo (77): «intentaré no mirar con los ojos afilados de un diseccionador -aunque a veces se me escape- sino con los ojos sorprendidos de una niña que abre un hatillo lleno de tesoros».
Hay muchas preguntas sobre técnica narrativa, voces, sentido de los símbolos, perspectivas, qué-quiere-decir-conepifanías, metáforas, pero Jiménez Lozano repetidamente va elevando el punto de mira. A muchas preguntas contesta con un simple -«No lo sé» (69) y otras podría haberlas contestado con «En realidad qué importa». 

Así, con esa actitud de ambos, sí que hay un «diálogo fructífero» y no esas parodias que nos suele montar el tingladillo cultural, con el «creador» divinizado que pontifica y el turiferario académico que se autoalimentan sus egos con preguntas de esas estúpidas que solo se pueden contestar con carretadas de bullshit.

Yo si fuera profesor de Teoría de la Literatura pondría este libro como obligatorio (pero no lo soy, esa creo que es la diferencia que me salva). Por ejemplo:
«La regla del relato: debe ser una historia que acontezca cada vez que se lea, no un documento» [antes había distinguido, con Lévinas, entre historia/narración y documento («que nos informa de simplemente de algo que pasó»)].
«Y el relato de una injusticia, por ejemplo, tiene la virtud de situar a la víctima, al menos en el acto de la escritura, y luego en el acto de la lectura, en el centro del mundo, haciendo comulgar a los que lo lean con su sufrimiento, o con su esperanza, o su alegría, en su caso. Una narración verdadera no pasa; una noticia, una información, una comunicación, un documento de cualquier tipo sí pasan, quedan en un archivo. Al documento le afecta la gloria del mundo, que pasa; la narración no tiene la gloria del mundo» (86).

2 comentarios:

  1. Excelente lectura. Me la llevo a los comentarios de mi reseña del libro, donde un contertulio se puso insistente en minusvalorar el papel de Arbona. Qué bien lo explicas tú.

    Muchas gracias.

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  2. Magnífico post sobre un autor excepcional- Ardo en deseos de leer el libro de alguien que tan bien conecta con nuestros clásicos y místicos. Nos devuelve la esperanza en nuestras raices y nuestro conjunto de valores.

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