Lo he disfrutado mucho aunque perdí pie varias veces: me falta conocimiento filosófico y lo leí más deprisa de lo que debería, comiéndome la argumentación como el mal vallista que no mide sus pasos: tampoco ayudaba la abundancia de comas y guiones que mete por el camino, quizá para obligarnos a leer despacio, esa ardua labor.
Es un libro sobre la lectura en el que no hay ni uno de esos tópicos con los que nos afligen los supuestos expertos de los periódicos. Parece imposible, pero así es: pero es que aquí hay alguien que sabe y piensa (leed su maravilloso prólogo a la Antología de Julio Martínez Mesanza o un artículo sobre Gaya).
Su punto de partida es ese apetito que se nos abre al entrar en las librerias. El de llegada es el de la lectura como inspiración, como algo que nos sucede en cuanto lectores a veces, en momentos muy especiales, cuando se abre una experiencia única que no es mero gustirrinín: es el conocimiento como una ventana que se abre a la luz.
Pero eso no tiene nada que ver con la «dinámica cultural dominante» que anima a leer como anima a ser positivos, por puro slogan, por puro voluntarismo, puesto que nada vale nada (pero no lo digáis delante de los niños, que se podrían asustar). Aquí un párrafo (donde se ve también lo que decía antes de los guiones, comas e incisos):
La emancipación cultural del espíritu -la liberal- digan lo que digan los liberales de los nuevos centrismos políticos, no tiene otro sentido que serlo como liberación, justamente, de todo valor, de tal modo que la desactivación de la palabra hacia la infinita indeterminación o labilidad del significado, no puede tener otro destino que el consumo -la cesta de la compra literaria del señor Azaña-, por la sencilla razón de que no existe otra emancipación de los valores que la colocación, ante todos y sobre todos, de uno solo de ellos por antonomasia neutralizante, como es el dinero (p. 34).Y sobre todo me quedo con el análisis que hace a partir de san Agustín de la noción de permanencia, el verbo griego menein (μένειν, permanecer), que san Juan repite tanto, ese mantenerse en esta travesía del ya pero todavía no:
El centro de nuestra vida no puede ser cosa de la historia. Y aquí se encuentra la legitimación cristiana de la seriedad de toda nostalgia y de todo recuerdo, desde el momento en que estos sentimientos no parecen mirar hacia atrás, sino el eje central sobre el que el tiempo gira, perseverantes en él.Pero me he dejado el libro vivo, sin desollar. Leedlo vosotros, que yo quiero darle una segunda vuelta: y luego lo comentamos.
Asimismo, de aquí viene la llamada a volver, que en realidad significa quedarse. No es, pues, exactamente, volver al paraíso de un origen que está en el pasado, sino al paraíso que siempre se encuentra donde Dios se encuentra, En esto consiste el «descanso de Dios» de que habla Hebreos. A la idea histórica o progresiva del tiempo, le resulta francamente difícil comprenderlo. (...) Para el tiempo cristiano «permanecer» es mantenerse leal a una promesa que se sabe cumplida (p. 87-88)
Es un libro extraordinario de "alguien que sabe y piensa" (¡qué razón tienes, Ángel!). Para seguir animando a esa lectura, dejo aquí otro fragmento de Enrique: http://cuestionesnaturales.blogspot.com/2011/01/la-alegria.html
ResponderEliminarTuve la fortuna de leerlo este pasado verano, y es magnífico, desde el planteamiento inicial, con la descripción de ese proceso raro que va desde la euforia inicial hasta el desconcierto y la tristeza que a muchos nos invade en las librerías.
ResponderEliminarEs un ensayo fuera de lo común. Y estoy punto por punto de acuerdo con Ángel en:
- Lo maravilloso del libro
- La necesidad de leerlo varias veces: da la sensación de tener varias capas
- Lo ocasionalmente farragosa que puede resultar la redacción. Creo que Enrique Andrés Ruiz tiene el pensamiento por encima de la prosa. Y eso, salvando el obstáculo de la lectura inmediata, es un tesoro.
Otro libro del mismo autor, del que supongo ya habrás hablado: Santa Lucía y los bueyes, otra delicia más.
El prólogo a Soy en Mayo me pareció deslumbrante. Este ensayo lo leí hace unos meses y me gustó pero, como tú, tuve la sensación de perderme algo.
ResponderEliminarEAR es un escritor al que no puedo leer sin una concentración máxima, porque enseguida me descuelgo. Ciertamente lo que cuenta es denso, pero su prosa me resulta igualmente densa.
Vamos, que creo que podría escribir de forma más ligera sobre las mismas cosas, que, en cualquier caso, son siempre del máximo interés.
Me alegra coincidir con los tres: EAR es grande en lo que piensa y es una suerye poder leerlo.
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