miércoles, 11 de enero de 2012

el engaño a los ojos de las cosas

En Hemeroflexia recoge T. el primer poema del nuevo libro de Carlos Pujol , El corazón de Dios, que me gusta muchísimo, sobre todo el final. Se dirige a Dios:
No te voy a contar
nada nuevo: vivimos
en una casa demasiado llena.
Con muebles, versos, chismes,
perifollos y plantas de interior,
palabras que no quieren decir nada
y soberbias locuras
para pasar el rato.
Es lo que llaman calidad de vida.
El día en que nos llames estaremos
doblemente desnudos,
echando en falta en medio de la luz
el engaño a los ojos de las cosas.
También en Rayos y truenos hay una estupenda selección de versos del libro.

Y le hicieron una excelente entrevista en Intereconomía. Perlas:

(...) cometimos el disparate de poner lecturas como Tiempo de silencio entre las obligatorias en el bachillerato.
*
El peor enemigo de la literatura es la historia de la literatura.
*
La cultura francesa y Francia en general se ha venido abajo completamente.
*
Pero también me ha repugnado siempre la falta de espíritu crítico con lo propio. En la universidad no se podía discutir que el Arcipreste de Hita había sido un genio, que Lope de Vega era el no va más. Una especie de nacionalismo cultural. Dos palabras difíciles de casar.
*
La evolución del catalán tan controlado por unas opiniones políticas me parece que ha sido negativa porque no se ha atenido a la lengua viva, sino a una imposición. También es sintomático que Pompeu Fabra, el arquitecto de este asunto, fuese un ingeniero de profesión. Acabé encontrándome con que no puedo escribir en catalán, ni siquiera domino la ortografía.

2 comentarios:

  1. De algo parecido se lamentaba Job (10:4). Alguna cosa habrá para nuestros ojos de carne ¿no crees?.

    Qué buena la entrevista (aunque la tercera perla, parece un poco la otra cara de la misma moneda que critica en la cuarta...)

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  2. Hay un eco platónico en el poema, pero es verdad: nos agarramos a los engaños de las cosas, las cosas nos engañan para que pensemos que son lo que no son. Por ahí va la cosa.
    Claro que veremos con nuestros ojos de carne, pero allí no habrá espejos, dice hoy E. G.-M.

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