En el castillo del Obispo está el Museo de Saaremaa: fui pasando indolentemente por las explicaciones en estonio y ruso; sólo levanté una ceja al ver en una vitrina táleros (Los Buddenbrook, eso es lo que me vino a la cabeza).
Y mientras, dudaba de si hacer una foto a las dos guardianas de la época heroica acodadas junto a una mesa pegada a la pared, que cuidaban una radio que soltaba melodías de los dulces días pasados. Pero no me atreví: eso -también- es lo que separa a los grandes fotógrafos de la masa: el atreverse.
Había una parte ya remozada (el siglo XX) con carteles en estonio e inglés: había una recreación muy buena de la vida en los setenta, había fotos de premios del soviet local, había medallas del soviet local. Y abajo dioramas de animales disecados: un alce enorme.
Y yo qué pensé que sólo habías paseado por el campo...
ResponderEliminar¡Te has recorrido toda Estonia!
Nada, tres días de excursión, estirados como un chicle.
ResponderEliminarEl atreverse como valor estético. Qué bien que nos lo recuerdes.
ResponderEliminarBuenas tardes Angel. Me gustan las ciudades con Ciudadela como Pamplona ó Jaca y leer en tu blog cada anécdota del viaje.Un abrazo.
ResponderEliminarNIP, gracias por decirlo.
ResponderEliminarYo estuve este sabado en Ciudad Rodrigo que tiene también la misma estructura: es otra ciudad de frontera; ya contaré de ello cuando acabe de contar lo de Estonia.