Yo saco la conclusión clara de que le dieron el premio por casualidad (¡menos mal que esa vez acertaron!); entre otras cosas influyó la recomendación de C. M. Bowra, catedrático de griego que se ve que casi conocía a JRJ de oídas, pero bueno, no vamos a quejarnos de que acertara de casualidad. Y los académicos suecos le dieron el premio -parece- más como maestro de Antonio Machado (¡sic!) y Lorca que por sus propios méritos.
Y el relato de cómo le consiguieron contar antes a Zenobia la concesión del premio es una de las cosas más emocionantes que he leído en los últimos tiempos. ¡Admirable mujer! Esto es del relato del sobrino, Francisco Hernández-Pinzón (p. 182-3):
Nos apresuramos a entrar en la habitación de la enferma, que mantenía los ojos cerrados y aparentemente estaba dormida. "¡Zenobia, Zenobia, tenemos una noticia maravillosa para usted!" Una vez más la moribunda respondió a la llamada (...). Aún veo sus ojos azules y transparentes. (...) "¡Qué bien!"; y como para cerciorarse: "¿De veras?" Entonces le propuse que fuera ella quien enterara a Juan Ramón, que pronto llegaría al hospital. No tardó el poeta en llegar. (...) De nuevo llamé a Zenobia, instándola a que dijera lo que sabía. Hubo necesidad de ayudarla. "Diga lo que le comunicamos hace unos momentos", y con sorprendente prontitud: "¡Ya!" Y con una voz apenas audible pudo dar la noticia a Juan Ramón, quien sólo con amargura y desilusión comenta: "¡Ahora!"
*Alfonso Alegre Heitzmann, Juan Ramón Jiménez, 1956. Crónica de un Premio Nobel (memoria, cartas y documentos), transcripción y notas de los telegramas y cartas de la segunda parte del libro José Antonio Expósito, Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2008
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