miércoles, 1 de febrero de 2006

Deus caritas est (4 de 10)

Fe bíblica: Dios único y creador de todo. Radical diferencia respecto a otras culturas [por ejemplo la griega, con politeísmo y un mundo que existe eternamente]. Consecuencia: Dios lo ha hecho todo, ha querido todo, nos quiere a todos.
Filosofía griega: Aristóteles llega a alcanzar la idea de una divinidad única, que es objeto de deseo y amor por parte de todo ser, pero esa divinidad no ama [sólo puede amarse a sí misma, porque es perfecta: ¿para qué podría o querría amar lo que no es su perfección?].
El Dios de Israel ama personalmente, y con predilección, a Israel, por medio del cual quiere llegar a todos los hombres.
En Dios, tal como se muestra en el Antiguo Testamento, su amor es así eros y agapé en unidad.
Es agapé porque se da gratuitamente, perdona sin tener por qué. Otra cita espléndida:
«¿Cómo voy a dejarte, Efraím, cómo entregarte, Israel?... Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím; que yo soy Dios y no hombre, santo en medio de ti» (Os 11, 8-9). El amor apasionado de Dios por su pueblo, por el hombre, es a la vez un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia. El cristiano ve perfilarse ya en esto, veladamente, el misterio de la Cruz: Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor.
El amor de Dios es agape, porque es entrega, es eros porque quiere que el hombre le quiera [algo imposible de plantear en la filosofía griega e imposible de comprender: la fe es aceptar eso, que Dios nos ame ¿por qué debería?, que nos busque ¿para qué debía hacerlo?]
Benedicto XVI menciona otra vez el Cantar de los Cantares. Quiero recordar aquí el pasaje que es un hermoso ejemplo además de paraclausithyron:
Yo dormía, pero mi corazón velaba.
¡Una voz! Mi amor me llama:
¡Ábreme, hermana mía, amiga mía,
paloma mía, mi perfecta;
mi cabeza está cubierta de rocío,
mis bucles, del relente de la noche!
Pasmoso esto de que Dios quiera al hombre y más pasmoso que quiera que el hombre le quiera.

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