El premio Adonais 2018 lo ha ganado Marcela Duque y a fe que se lo merece: un libro redondo, sencillo de apariencia, que es, cuando lo acabas de leer, mucho más que la suma de sus partes. Por ejemplo esta mañana me he acordado de lo que llama su bautismo filosófico («Introducción a la filosofía»), modelado en la anécdota de Tales y la muchacha tracia de Platón, y pensaba en qué natural lo hace, qué humor más logrado y qué hondo el episodio al final; pero un rato después, cuando estaba escribiendo esto, he mirado el poema de los tulipanes y le he encontrado conexión con ese, en la audacia del filósofo, tan socrática, en ese querer tirar para arriba.
En este libro sí que sirve comenzar por lo biográfico: Marcela Duque, colombiana, vino a Europa a estudiar filosofía en la Universidad de Navarra. Volvió a Colombia y de allí se fue a Washington a estudiar un master. Esos movimientos articulan el libro: nos habla primero de la vida en Colombia, sin estaciones («El eterno retorno de los días»), que es la de lo primigenio (el primer poema, «Una voz en la memoria», sorprendente, resulta luego es perfecto en su sitio) y de la infancia, la de la familia, la del paraíso perdido (pero que ya era pérdida: «Vamos a la casa de la abuela»).
En este libro sí que sirve comenzar por lo biográfico: Marcela Duque, colombiana, vino a Europa a estudiar filosofía en la Universidad de Navarra. Volvió a Colombia y de allí se fue a Washington a estudiar un master. Esos movimientos articulan el libro: nos habla primero de la vida en Colombia, sin estaciones («El eterno retorno de los días»), que es la de lo primigenio (el primer poema, «Una voz en la memoria», sorprendente, resulta luego es perfecto en su sitio) y de la infancia, la de la familia, la del paraíso perdido (pero que ya era pérdida: «Vamos a la casa de la abuela»).
Está por otro lado el mundo que conoce al venir a Europa, regido por el cambio, con estaciones, con otoño («De nuevo juntos»), con cerezos floreciendo («Cherry Blossoms») y donde se puede apreciar los tulipanes en toda su pretenciosidad y hermosura («En un espejo» es un autorretrato), donde articular el sentimiento de pérdida de la infancia y de toda la vida: no es posible volver allí, pero no hace falta, «Bello es el riesgo», es una cita de Sócrates en el Fedón.
Lo que era mero movimiento geográfico es un viaje espiritual hacia arriba, que es constatar la realidad del desplazamiento, de que siempre llegamos tarde, de que no tenemos aquí nuestra casa, como indicios de algo más alto, más hondo, eterno, la búsqueda filosófica de lo permanente, de lo duradero.
«Quiero volver a casa algún día. / Por eso -mientras tanto- la poesía» es como acaba «Y también la poesía (poética)».
En el centro del libro hay tres poemas; un viernes santo en el que no hay noticias, un sábado santo para empaparse de nihilismo y una Vigilia Pascual de recorrer con la liturgia la alegría de la Resurrección: el camino filosófico con Sócrates es el encuentro con Cristo, como explica muy bien el último poema, «Bello es el riesgo», del que pongo estos versos:
En el centro del libro hay tres poemas; un viernes santo en el que no hay noticias, un sábado santo para empaparse de nihilismo y una Vigilia Pascual de recorrer con la liturgia la alegría de la Resurrección: el camino filosófico con Sócrates es el encuentro con Cristo, como explica muy bien el último poema, «Bello es el riesgo», del que pongo estos versos:
Vale la pena el riesgo de creer,El camino de la poesía (os remito a «Don y oficio») es el camino de la filosofía, es bello el riesgo.
que nos tomen por tontos e ignorantes
por creer en el alma y sus moradas;
es bello el riesgo de creernos inmortales,
de vivir en tensión hacia lo excelso.
Muy bueno, gracias
ResponderEliminarMe va a ayudar mucho
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