viernes, 3 de febrero de 2006

Deus caritas est (6 de 10)

nn. 12-15
Compenetración del Antiguo y el Nuevo Testamento. En el Nuevo no nuevas ideas, sino Cristo mismo. Dios busca al hombre en el Antiguo Testamento, Cristo se hace hombre por el hombre en el nuevo:
En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical.
Así pues, Dios es amor sólo se comprende contemplando a Cristo en la Cruz.
El amor de Cristo está en la Eucaristía, donde nos unimos a su entrega por los hombres y nos unimos a los demás hombres. Se entiende que a la Eucaristía se le haya llamado agapé:
Sólo a partir de este fundamento cristológico-sacramental se puede entender correctamente la enseñanza de Jesús sobre el amor. El paso desde la Ley y los Profetas al doble mandamiento del amor de Dios y del prójimo, el hacer derivar de este precepto toda la existencia de fe, no es simplemente moral, que podría darse autónomamente, paralelamente a la fe en Cristo y a su actualización en el Sacramento: fe, culto y ethos se compenetran recíprocamente como una sola realidad, que se configura en el encuentro con el agapé de Dios. Así, la contraposición usual entre culto y ética simplemente desaparece. En el «culto» mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma. Viceversa —como hemos de considerar más detalladamente aún—, el «mandamiento» del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser «mandado» porque antes es dado.

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