En julio de 2017 fui a Italia, un viaje inolvidable, viendo arte maravilloso, en unos días de sol y carreteras por sitios increíbles. Contaba primero los preliminares, el viaje inicial cruzando a lo ancho la península. Llegamos a Atri, a ver dos tablas que justo ahora están en una exposición en el Museo del Prado, una de la Natividad y otra de la Flagelación.
De allí fuimos a Loreto, donde había unas fascinantes pinturas neogóticas. Íbamos a ver unos frescos de Signorelli. También vimos capillas neogóticas de la cabecera.
La visita a Urbino fue inolvidable: el palacio de Federico de Montefeltro, actual Museo Nacional de las Marcas. La pintura de Pedro Berruguete y el Studiolo. La flagelación de Piero della Francesca.
Fuimos a Arezzo y nos pasmamos de los frescos de la Invención de la Santa Cruz de Piero.
También pudimos pasear por la ciudad y ver más cosas.
Había frescos en el Monasterio de Monte Olivetto Maggiore.
También vimos unos frescos en Siena. Estuvimos en la Catedral, donde visitamos la Biblioteca Piccolomini.
Paramos en Cortona, donde nos desengañamos de Signorelli. Estuvimos en Perugia, donde vimos pintura. Visitamos Deruta y Cerqueto. Y acabamos en Orvieto.
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Pero comencé el mes contando el final del viaje a Sevilla, hablando con hipérboles, que no podían exagerar, de la Catedral y terminando con la tarde que pasé en la azotea de la casa de Ignacio, contemplando la Giralda.
Entre medias murió mi tío José Mari.
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