martes, 23 de julio de 2013

Jesús y la ficción

Esto es de san Josemaría:
Evocando, quizá, los tiempos de su infancia pone la comparación de los pequeños que juegan en la plaza pública.
Se está refiriendo a Mt. 11.16-17:

¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo:-Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado.
Que Jesús se acordase muchos años después de cuando veía a otros jugar a fingir que no bailaban al ritmo de la flauta o que no jugaban a ponerse tristes cuando les cantaban canciones tristes, es bien bonito.
Lo que no sé es si Él fingiría, si jugaría a hacer como que estaba alegre o triste según los otros le dijeran.

lunes, 22 de julio de 2013

West sobre la Aurora

Hacía tiempo que no ponía cosas sobre la Aurora. Anoto ahora algo de lo que dice Martin L. West en  Indo-European Poetry and Myth (Oxford, 2007, 217-227):

Raíz *h2us/*h2eus que significa "brillo (rojo), llama" (cf. latín aurum, de *ausom) con el sufijo –ós- o alternativamente –ro-.
Diosa para ser admirada y celebrada en imágenes poéticas, más que propiciada e invocada en el culto religioso.

Imágenes comunes en védico y griego, por lo que remiten a una tradición especialmente antigua:
La Aurora nace cada día, y por lo tanto es cada día diferente. Pero no muere: es diosa, es decir, que es inmortal y no envejece.
-Da luz. Ve lejos (o quizá gracias a ella se ve lejos).
-Lo de rhododáctylos ('de dedos de rosa'). El color 'rosa' puede ser una innovación griega. Lo de los dedos está en otras tradiciones (védicas, lituanas). Brazos de rosa en Safo 58.19 (βροδόπαχυν Αὔων), brazos de oro en Baquílides 5.40 y en otras tradiciones (Aurora flava en Ovidio, Amores 1.13.2).
-Va con vestidos de luz, que brillan.
-En carro, con caballos blancos (Baquílides F 20c y 22: λεύκιππος y en Esquilo Persas 386, con potros blancos λευκόπωλος), como el sol.

En la Inglaterra anglosajona es Eostre (de ahí Easter, que da nombre a un mes y a la fiesta cristiana que la desplazó).

viernes, 19 de julio de 2013

Clarín y Bloy en los cuarenta

Una de las cosas que más se discutían cuando yo me interesaba por Clarín era por qué había estado olvidado tantos años, hasta el boom que llegó con la edición de La Regenta de Alianza en 1966. Por eso me resultó curiosa la opinión de Eugenio d'Ors*.
Su Regenta resulta hoy poco menos que ilegible, en la patosa machaconería de su escritura. Una antología, en cambio, de sus Paliques, nos diera testimonio de una prosa alacre y alada, excepcional en la España de su tiempo (92).
Hace luego afinadísimos comentarios sobre su pensamiento, en el que ve "reunir religiosidad sentimental con heterodoxia práctica", lo característico del Protestantismo.
Le encuentra muchos parecidos con Zola: en los dos, "una enorme, (…) una irremediable tristeza". (...) "Dos amargados, que no estaban desesperados. La chispa, en los dos, de un Mefistófeles, no armado por la energía de un Luzbel". (…) "Ni al uno, la amistad y la familia, ni al otro, la gloria y la riqueza, pudieron consolarles de la amargura que llevaban consigo y que tal vez no fue otra que la de un orgullo asfixiado".

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También me interesó mucho lo que dice sobre Bloy. Le molesta que algunos lo estén reivindicando (estamos en 1947) como escritor católico; y no niega que doctrinalmente lo sea, pero como escritor no: "no parece que en la Ciudad de Dios pueda haber lugar para los terroristas" (189).
Le parece un escritor piadoso, pero «irresponsable» (en cambio, Nietzsche sería avieso pero «responsable»). Y si se hace una distinción entre escritores 'edificantes' y 'corrosivos', «pueden los escritores corrosivos alcanzar la excelencia; pero nunca logran la autoridad» (265).
No, ya se ve que no le cae bien Bloy. Es mucho más complejo lo que explica -es muy difícil resumir a Eugenio d'Ors, que va creando sus propias categorías mientras discute-, pero interesarme los motivos del desacuerdo, eso sí, mucho, aunque no esté yo de acuerdo con d'Ors.

*Eugenio d'Ors, Último glosario II. De la Ermita al Finisterre, edición de Alicia García Navarro y Ángel d'Ors, La Veleta, Granada, 1998, 92-95 y 189 y 265.

jueves, 18 de julio de 2013

Sobre la traducibilidad

dos por dos es cuatro: deux fois deux font quatre : twice two is four. Los talibanes de la intraducibilidad descubrirán en 'cuatro' matices ansariles que no pillan en 'four'. Y así nos pasamos la vida.

Quizá se pueda empezar a explicar que hay grados de traducibilidad, siguiendo a Eugenio d'Ors. Dentro de los escritores, explica que los hay "escultores" como Platón, que son mucho más traducibles que los escritores "músicos".
La vanidad diplomada tiene la costumbre de atribuir una importancia enorme al privilegio de «leer a Platón en el original». Quien, empero, hace la prueba en los dos sentidos, acaba por averiguar que da lo mismo leer a Platón en el original que leerlo en la buena traducción de otro filósofo. Y se comprende: todos los elementos figurativos, que intervienen tanto en el platónico razonar, lo hacen a título de escultor, que no de músico. La música, lo inefable, la suscitación de lo inconsciente, no encuentra fuego aquí. Es la razón quien ordena: la razón, que tiende a lo universal, a lo que el lenguaje es capaz de rendir íntegramente. (…) 313 Lo claro pasa fácilmente de una lengua a otra, digan lo que digan. Lo que conviene es no perder nunca de vista la distinción entre «lo claro» y «lo fácil». La matemática es difícil y clara; la biología, fácil y oscura.
*Eugenio d'Ors, Último glosario II. De la Ermita al Finisterre, edición de Alicia García Navarro y Ángel d'Ors, La Veleta, Granada, 1998, 312

miércoles, 17 de julio de 2013

Aspiraciones universales

Dos textos de Eugenio d'Ors* sobre erudición y el particularismo:
La época en la que la tarea de la erudición pudo consistir, según la caricatura de Mommsen, en «sacar las cosas del olvido de lo manuscrito, para sepultarlas en el olvido de lo impreso», se nos ha vuelto ya lejana. También la de aquellos libracos que empezaban, en su celo por el monografismo particularista, con un capítulo en cuyo título podía leerse: «Vich en la Edad de piedra» (86).
En otro sitio está elogiando la Vida de Sócrates de Antonio Tovar:
Excepcional, lo es ya la obra de Tovar, por su asunto. ¡Gracias a Dios, un autor español, que no toma por tema una cuestión entre vecinos, encerrada en el escenario nativo revoloteando pesadamente en el repertorio de la actualidad! ¡El historiador de Guadalajara estudiaba el pasado de Guadalajara; el novelista gallego detenía en el Miño los vuelos de su ficción; si salía un texto de filosofía era para hablar de existencialismo! Durante muchos años, en nuestras Universidades, todos han conspirado por descorazonar y, en caso de contumacia, rechazar, al estudiante que consultaba al profesor sobre una tesis que pensaba hacer, tratando, por ejemplo, de Miguel Ángel… - ¡No, no!, le decían. ¿No es usted de Carmona? Pues ¿por qué no prepara usted un «trabajo de investigación» relativo a los hijos naturales de los imagineros de Carmona? Ahí están los archivos parroquiales, que le documentarán… Mientras tanto, iba clamando yo, clamando en el desierto: ¿Por qué no ha de haber ningún español entre quienes hacen excavaciones en la Mesopotamia? (343-344)
*Eugenio d'Ors, Último glosario II. De la Ermita al Finisterre, edición de Alicia García Navarro y Ángel d'Ors, La Veleta, Granada, 1998

martes, 16 de julio de 2013

Dos aforismos de Eugenio d'Ors y los ojos tristes de los perros

Del Último glosario II*, este:
Gran siglo, el XVIII, que empezó por ofrecerles a los hombres la Razón y acabó regalándoles la Música.
-Y este otro para escritores-tipógrafos:
El ojo del letrado engorda el elzevir
- Me impresionó este texto sobre un perro que le está esperando; al verle, él se plantea si la espera es una forma de eternidad y «la cumbre del inalterable júbilo» Pero se contesta:
Que no. No es la supresión del recuerdo, sino la asunción del recuerdo lo que da la alegría. Los animales son de condición triste. Se les ve siempre en los ojos. ¿Qué imagináis mejor para tentarnos con la sospecha del júbilo en un animal, que un perro que brinca, porque vuelve a ver a su amo querido? La alegría, en este caso, parece estar en el brinco. Pero, de cierto, que la tristeza está en los ojos.
*Eugenio d'Ors, Último glosario II. De la Ermita al Finisterre, edición de Alicia García Navarro y Ángel d'Ors, La Veleta, Granada, 1998, 294, 341 y 8.

lunes, 15 de julio de 2013

Empezar con Eugenio d'Ors por Galicia

Hacía tiempo que quería empezar con Eugenio d'Ors. Vi este libro* -excelente edición- y me ha aprovechado y admirado. Su estilo me iba obligando a leerlo despacio: las comas (aunque, de todos modos, hay más de lo normal), una palabra usada de un modo nuevo, una frase escrupulosamente correcta pero a la vez con un sentido nuevo.

Elegí este porque parecía que hablaba de Galicia y tenía curiosidad por cómo la describiría. Y justo en la página 10, un poemita titulado Humanismo y regionalismo:
Ponen un pote gallego
A que en el fuego se cueza.
¡Ay, si el pobre Prometeo
Levantara la cabeza!
No es lo habitual en él este humor.
Luego en realidad pasó pocos días en Galicia, así que no le da tiempo a quitarse una imagen mezcla entre Valle Inclán y Vicente Risco, eso tan tedioso de la tierra madre y «lo céltico». A pesar de todo, tiene algunos comentarios bien interesantes; por ejemplo está hablando (169) de que hay varias maneras de permanencia de los muertos entre los vivos: recuerdo consciente, herencia biológica inconsciente, la tradición, que es semi-consciente y puede ser una individual (como el fantasma en los castillos escoceses) o
si colectiva, puede ser anónima, como en ésta [=la Santa Compaña], o bien nominativa y gloriosa. Entonces es cuando la llamamos precisamente Cultura: activa comunión de los Muertos". 
Una definición impresionante de cultura, eh: lo contrario de la Santa Compaña, masa sin nombre.

Y sobre escultura gallega (77) dice cosas bien inquietantes:
La talla, aquí, se volvía cobarde por la inminencia del musgo. Ninguna de estas «estatuas» tiene «estatura». Todas son chaparras y las dicen groseras. No es grosería, sino cobardía. La que impidió levantar más altas las torres de los campanarios.
La piedra era dura. El esculpirla, fatigoso. ¿Y para qué, también, afinar perfiles, matizar relieves?
Y abunda en otro lugar (170):
El ser aspira al nombre: éste es uno de los grandes principios de la metafísica del germen. (…) El día en que saliesen escultores en Bretaña o en Galicia, capaces de esculpir los mitos célticos, no con la blanda tosquedad de los «Calvarios» o «Cruceros», sino como esculpieron los escultores áticos los mitos de la Hélada, la Santa Compaña ni de día ni de noche, ya no saldría más.
Me deja un poco perplejo el planteamiento, pero da que pensar.

*Eugenio d'Ors, Último glosario II. De la Ermita al Finisterre, edición de Alicia García Navarro y Ángel d'Ors, La Veleta, Granada, 1998

viernes, 12 de julio de 2013

Despicere

Del libro de José María Cabodevilla:
Literalmente, despicere significa “mirar desde arriba”. Enseguida pasó a significar “despreciar”. Sin duda hay cierta lógica en esta derivación, pero no deja de haber también cierto abuso, simétrico del que se da en “altivo” y “altanero” como derivados de “alto”. En rigor, mirar desde arriba permite valorar mejor lo que está abajo, permite justipreciarlo, que es exactamente lo contrario de menospreciarlo.
Resulta por eso muy significativa la nueva traducción de terrena despicere que leemos en la poscomunión del segundo domingo de Adviento: donde antes se decía “despreciar los bienes de la tierra” ahora se dice “sopesar”. Los participantes en la Eucaristía piden a Dios la gracia de “sopesar los bienes de la tierra y amar los de cielo”.
Era importante precisar cómo el amor del cielo no implica ningún desdén hacia la tierra
(p. 37 n. 48).
Y al poco -esas coincidencias curiosas- lo vi en el Himno Nox et tenebrae et nubila de Prudencio:
Intende nostris sensibus, Atiende a nuestros sentidos,
Vitam nostram despice Nuestra vida mírala
[Direct your gaze into our hearts, / and cast your eyes on our whole lives, trad. de Peter G. Walsh]
Y por seguir con lo espacial/temporal, esto otro de Cabodevilla:
Los que creen en el cielo no hallan en ningún lugar de aquí abajo su verdadera patria (nullibi patria), ya que el mundo significa para ellos un exilio, pero a la vez encuentran su hogar provisional en cualquier sitio (ubique patria) poque saben que toda la tierra está en contacto con el cielo. Trasladando estas mismas categorías del espacio al tiempo: a la vez que nos sentimos extraños al transcurso indiferente o lacerante de los días, hallamos nuestro lugar propio en cada uno de ellos, por efímero que sea y por hostil que nos parezca, ya que todos son “días propicios, tiempo favorable” (2 Cor 6,2), tiempo destinado a la eternidad (p. 153 n. 256).
Y sobre metáforas espaciales, ya Platón y Newman.

jueves, 11 de julio de 2013

Eros: amor de miseria

Cabodevilla no pudo leer Deus caritas est. Seguro que le habría encantado:
A Eros lo definía san Agustín como “amor de miseria”, en contraste con Ágape, que es “amor de misericordia”. Lo que distingue verdaderamente a lo erótico no es la impureza moral, sino la miseria, es decir, la menesterosidad. Sólo Dios es puro Ágape, no porque sea un ser puro, sino porque es autosuficiente. Nosotros no podemos amar el bien si no es buscando nuestro propio bien, ese bien del que carecemos (p. 215 n. 369).
Y tiene unas cuantas páginas sobre el "amor interesado" que estoy seguro que tranquilizarían a mucha gente que piensa que solo el "amor desinteresado" -el que está libre de todo ¿interés?- "cuenta".
El hijo pródigo no volvió a casa por amor a su padre, sino porque tenía hambre. (…) Si queremos hablar de amor, debería decirse al menos que se trata de un amor interesado.
Pero a continuación deberíamos decir que ese amor interesado es muy estimable y digno de alabanza. La maravillosa acogida dispensada al hijo por su padre así lo demuestra; en cierto modo induce a pensar que las cosas tenían que ser así, que las cosas son siempre así, que el amor de las criaturas en siempre un “amor de miseria”, nacido de la necesidad y deseoso de remediarla (p. 215 n. 370).

miércoles, 10 de julio de 2013

El cielo aquí

La felicidad aquí es la del cielo -no del todo; ya, pero todavía no- y nosotros vivimos aquí ya en el cielo, aunque todavía no. José María Cabodevilla explica muy bien que para hablar del cielo se acude a la analogía, pero que es una analogía real, basada en una semejanza auténtica. Nuestra felicidad de aquí es la de allí:
“La felicidad del cielo tiene ya aquí su reflejo o barrunto en la alegría de los soldados el día de su licenciamiento, en la alegría del investigador cuando los experimentos confirman su teoría, en la alegría de los judíos congregados para celebrar el shabbat, en la alegría del prisionero cuando obtuvo la libertad, en la felicidad de los amantes cada vez que su amor los transportaba fuera de este mundo (p. 38 n. 51).
Y poco después:
La afirmación de una ruptura sin continuidad, la idea de una total oposición entre esta vida y la otra, ha sido doblemente nefasta: ha hecho que los bienes de la tierra queden gravemente depreciados y que los bienes del cielo resulten inconcebibles y, por tanto, irrelevantes (p. 39 n. 52).
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Y otro tema, el de la oposición alma-cuerpo, que tan mal se explica y se entiende, Cabodevilla lo expone muy bien, aunque, claro, sigamos sin saber muy bien cómo es eso:
¿Cuerpo y alma? El hombre no es una suma de cuerpo y alma, sino una totalidad indivisible, un todo que llamamos alma en cuanto que posee tal interioridad, tal hondura o trascendencia, que desborda la realidad físico-biológica, y lo llamamos cuerpo en cuanto que ese mismo todo resulta visible, localizable, histórico y caduco. El cuerpo pertenece a la definición misma del alma: ésta es humana porque está encarnada, porque es corporal. El hombre no tiene cuerpo; todo él es cuerpo a la vez que todo él es alma.
En cierto modo, si alguien prefiere seguir hablando asi, alma y cuerpo podrían considerarse como dos elementos tan distintos que ni este haría mortal a aquella ni aquella haría inmortal a este; pero al mismo tiempo tan trabados, tan condicionados mutuamente, que la muerte del cuerpo constituye un momento intrínseco del alma y la inmortalidad del alma postula de hecho la restauración del cuerpo (p. 110-111 n. 181).

martes, 9 de julio de 2013

Ciudad celeste

José María Cabodevilla, hablando del cielo como una ciudad, la Jerusalén celeste:
Para una mente antigua, la Naturaleza significaba lo incontrolable, lo desmedido, la energía desbordada y hostil. Frente a ella levantó la Ciudad, un espacio ordenado que es obra de la razón humana, capaz de dominar las ciegas fuerzas naturales. Se trata de un recinto protegido, amurallado. (…) Durante mucho tiempo, en torno a la imagen de la ciudad se fueron desarrollando conceptos y sentimientos altamente positivos, tales como el de seguridad, armonía, claridad, orden, racionalidad (El cielo en palabras terrenas, p. 30 n. 33).

Esto es de una exposición de la Catedral, de una serie de cuadros con artículos del Credo.

lunes, 8 de julio de 2013

Locus refrigerii

Lugar de refrigerio, dice la liturgia que es el cielo, al rezar por los difuntos. Cómo me consuela: ni en Galicia se puede estar ya a salvo del calor.
Y en agosto, en vez de subir cerca del Círculo Polar Ártico -mi ideal de verano- voy a ir a Valladolid, donde me las prometía muy felices (arte + amigos), pero que ahora se me representa amenazado de una bruma pegajosa como la de este agobiante fin de semana que hemos pasado aquí.

Quizá esté bien pasar esta semana recordando cosas que me apunté de un libro excelente de José María Cabodevilla (El cielo en palabras terrenas, Paulinas, Madrid, 1990), del que me había hablado muy bien Suso.

Empiezo con cuestiones de estética:
Los puristas suelen rechazar con escándalo cualquier expresión antropomórfica referida a Dios. Ellos utilizan otros términos: el absoluto, el ser subsistente, la primera causa. Pero ¿acaso tales conceptos no son también humanos, demasiado humanos? El peligro que acecha a tan celosos correctores del idioma es el mismo que corren los iconoclastas del cielo. A menudo estos acaban cayendo en la incongruencia, en una especie de idolatría al revés. Después que han derribado las estatuas o han retirado de la pared desnuda el cuadro, se arrodillan muy complacidos ante esa pared desnuda, ante esa hornacina vacía. Evidentemente, el cielo no cabía en un cuadro, pero tampoco cabe en ese hueco que quedó tras haber descolgado el cuadro (p. 28 n. 31).
Habla de los problemas de representar el cielo con “tintas extraídas de la tierra”:
Ciertamente, no deja de ser un anacronismo poner en el belén una torre Eiffel o un tren eléctrico. Sin embargo, eso que es históricamente falso resulta teológicamente verdadero: en el misterio de la Encarnación confluían todos los siglos, pretéritos o futuros. Del mismo modo, para quien cree en la resurrección de la carne todo tiene cabida en el otro mundo. Un desmantelamiento espiritualista del cielo sería tan improcedente como una expurgación arqueológica del belén (p. 33 n. 38).
Y mirad qué párrafo:
Un cielo demasiado sublime, un cielo sobrehumano, acaba siendo sobrehumano, es decir, falso.
La gente pide un cielo a la medida de su corazón y le dan un cielo teórico. Pide una patria y le dan un Estado. (…) Pide un pan, porque tiene hambre, y le dan otra cosa muy distinta de valor incalculable: un cuadro de Caravaggio donde está pintado un pan (p. 34 n. 41).

viernes, 5 de julio de 2013

Portugal the Man -Evil friends

Es un grupo que me gusta mucho. Esta versión me gusta más que la del disco:



Me hace mucha gracia uno con capucha que pasa de todo en el vídeo. No sé si hace de 'mal amigo'.

miércoles, 3 de julio de 2013

Enrique Baltanás sobre el teatro de los Machado

La obra común de los hermanos Machado (Renacimento, 2010) es un gran libro, porque Enrique Baltanás sabe leer. Puede parecer sencillo, pero es muy difícil. Ayuda también el hecho de que ha leído mucho y bien a pensadores como Girard, que le es de gran ayuda en su análisis de las obras teatrales de los hermanos Machado.

El mejor comentario al libro lo tenéis en la segunda parte de esta entrada. Yo solo copio aquí esta cita tan sugerente:
De los Machado se ha creado un estereotipo que en poco se compadece con la verdad. Por eso su teatro no interesa, no se lo lee, porque desdeciría el tópico. Es más cómodo quedarse con el vacuo Valle Inclán, inmenso ingenio de la nadería pretenciosa. (89)

martes, 2 de julio de 2013

Anzo

Tenía ganas de conocer la romería del Corpiño, pero solo a mí se me ocurre ir a las cinco de la tarde. Las carpas de pulpeiros estaban vacías (¿la crisis?) y los puestos donde vendían cerezas, souvenirs religiosos feos sobre toda ponderación, carne de cerdo y bolsos falsificados, sin clientes. La propia iglesia era bien fea. No así el paisaje: luego por las carreteras era una delicia ver el verde de prados y árboles.
Yo quería resarcirme viendo alguna iglesia y Suso no se opuso, así que acabamos en la iglesia de Anzo, que es tan poca cosa, tan popular, que casi ni cuenta como románica:


Mirad qué capiteles, dan piedad de tan pobres.

lunes, 1 de julio de 2013

Miseria y companía de Andrés Trapiello


Se me hizo tan larga la espera de este volumen de los Diarios, que ya hasta desesperaba de que me fuese a seguir gustando. Incluso me leí Ayer no más, el principal causante del retraso, pero no: es como con Cervantes, que nos quería amigos de su Galatea, pero preferimos a su pesar el Quijote.

Así que cuando salió Miseria y compañía ni corrí a conseguirlo; cuando lo tuve, no lo empecé de golpe. Era miedo de que en estos cambios de gusto literario que he pasado en los últimos años, hasta estos Diarios empezasen a aburrirme. Y por tardar, hasta he tardado en escribir esto, pero por miedo de no saber explicar la alegría tan grande que me dio que al final me gustase tanto.

Disfruté mucho especialmente de las cien primeras páginas, empezando por el prólogo, que termina y se nos abre en una abismación en nosotros, lectores, leyéndole.

Me dio la impresión de que el color que domina es el negro, pero en absoluto un negro de tristeza. Es el color de los grabados, de las líneas claras, de la tinta china. Un ejemplo os pongo, justo a continuación del ruido de escopeta en enero que tanta alegría me da leer al principio de estos Diarios:
Los árboles parecían impresos en el aire como los aguafuertes, con su tinta más negra, y el camino con grises y azules. No había color que no fuese un gris, azul grisáceo, amarillo grisáceo, verde grisáceo. En el horizonte, por el oeste, quedaba un tenue resplandor dorado, y en lo alto, por ese lado, una estrella que destellaba y a la que seguramente nombré con el nombre equivocado (34).
O esto:
Estaba Múnich, desde el aire, en el momento de aterrizar, como los campos nevados de Brueghel, quiero decir, que los blancos parecían negros y los negros parecían blancos, sobre todo en las quimas desnudas de los árboles, tan dibujadas sobre el aire gris (68).
Y cuando no, aparece un azul fuerte o un amarillo como este:
Hacía un sol radiante, en absoluto hacía frío, y los olivares estaban cubiertos de hierba y de flores como ningún año. Millones de florecillas amarillas que los cubren como un manto, las llamadas aquí pan y quesillo, y unas como margaritas de pétalos igualmente amarillos que se conocen como giraldas, porque son de las que siguen con la cabeza al sol (19).
Me pareció que el gran tema de este volumen es el de la preparación para la ancianidad. Tres modelos ayudan a adentrarse por ese camino áspero: Ramón Gaya, sobre todo, pero también Muñoz Rojas y Sánchez Ferlosio. El relato del encuentro con Gaya lo leí con enorme emoción. Es una de las cosas más bonitas que ha escrito AT.

Y luego el viaje que hacen todos siguiendo a Palladio es de las páginas más felices -por tono y por alegría- de todos estos Diarios. Yo lo disfruté tanto, tanto, tanto. Y eso que no había imágenes: era como me contaran a mí, recién ciego -apoyado en recuerdos de fotos de imágenes vistas en libros- el prodigio de aquellas villas que fue haciendo Palladio por Vicenza. Es el viaje que a mí me gustaría hacer. Hacerlo, incluso vicariamente, fue una alegría muy grande.

Si fuese profesor de teoría de la literatura (no, por Dios) comentaría aquí algo que se me ocurrió hace poco: que estos Diarios son como las buenas series de televisión. El tono -la cinematografía- está ya logrado y es lo que da la unidad al conjunto. A diferencia de las novelas/películas hay espacio de sobra para mostrar a los personajes sin prisas. Tampoco importa ni la novedad ni los golpes de efecto ni los giros dramáticos. Lo que queremos es caminar por ese paisaje familiar, escuchar lo que el narrador nos quiere contar, ver cómo evolucionan los personajes, a los que les hemos cogido cariño (aunque duela ver a M. corriendo a manifestarse el 12M a la calle Génova o den ganas de gritarles a R. y G. que ir a afiliarse al PSOE del tipejo de entonces es una gran tontería), y de los que disfrutamos hasta de los flashback, por ejemplo este con paralelos sorprendentes:
Me acordé de las manos de R. cuando era un niño de tres o cuatro años. Las dejaba sobre el embozo, y parecían, en efecto, dos mazapanes de Toledo. Creo que lo que Tirso [de Molina] ve muy bien es esa parte comestible que nos arranca las efusiones sentimentales, de donde nació ese «comer a besos» que decimos de aquellas personas a las que nos parece insuficiente querer solo, necesitando la antropofagia. Y lo mismo diríamos de Cristo, salvadas también las distancias, queriendo darse él como manjar (36).
Digo que no querría ser profesor de teoría de la literatura porque entonces no leería estos Diarios. Un profesor de Teoría de la Literatura que los leyera (un oxímoron) seguramente se vería retratado en el tipo de lector de este fino apunte:
A un filósofo convencional y académico como X le preocupará un problema, al que dedicará años de estudio. Al creador le preocuparán los pliegues del problema, que es donde nace sin problemas la vida. La hierba nace en las llagas, no nace de las losas de granito, sino en el espacio que hay entre ellas. Y así, cuando vemos que a los filósofos les interesan tales o cuales escritores u obras, Bartleby o Baudelaire, como a X., no les interesa tanto la poesía o la literatura, como aquello que les permita pensar un problema, en este caso la modernidad como problema, y dentro de la modernidad la imposibilidad de escribir. Si les interesara la poesía se dedicarían a hablar de Homero, de Shakespeare, de Cervantes o de Leopardi, pero no (87).
[Lo de los asteriscos me parece un error colosal. Da pudor decirlo: hay que quitarlos, eso de poner «l*s amig*s» no tiene un pase. Las feministas en esto del lenguaje simplemente deliran.]