Para una mente antigua, la Naturaleza significaba lo incontrolable, lo desmedido, la energía desbordada y hostil. Frente a ella levantó la Ciudad, un espacio ordenado que es obra de la razón humana, capaz de dominar las ciegas fuerzas naturales. Se trata de un recinto protegido, amurallado. (…) Durante mucho tiempo, en torno a la imagen de la ciudad se fueron desarrollando conceptos y sentimientos altamente positivos, tales como el de seguridad, armonía, claridad, orden, racionalidad (El cielo en palabras terrenas, p. 30 n. 33).
Esto es de una exposición de la Catedral, de una serie de cuadros con artículos del Credo.
En el párrafo de J.M. Cabodevilla encuentro a faltar cómo hay que interpretar entonces el locus amoenus.
ResponderEliminarYo he puesto solo una parte del texto, para resaltar esa paradójica (para nosotros, postrománticos al fin y al cabo) defensa de la ciudad como lugar de seguridad y orden.
ResponderEliminarCabodevilla rectifica esa visión idealizada de la ciudad y se queda con dos rasgos "de la naturaleza": gran río y árboles frondosos.
De todos modos, daría mucho que comentar lo del 'locus amoenus' como ideal. A ver si lo voy pensando. Lo primero que se me ocurre es que es una realidad asocial: el locus amoenus es para el individuo o los pocos (la pareja, el grupo de epicúreos). No puede ser una realidad central.