lunes, 1 de julio de 2013

Miseria y companía de Andrés Trapiello


Se me hizo tan larga la espera de este volumen de los Diarios, que ya hasta desesperaba de que me fuese a seguir gustando. Incluso me leí Ayer no más, el principal causante del retraso, pero no: es como con Cervantes, que nos quería amigos de su Galatea, pero preferimos a su pesar el Quijote.

Así que cuando salió Miseria y compañía ni corrí a conseguirlo; cuando lo tuve, no lo empecé de golpe. Era miedo de que en estos cambios de gusto literario que he pasado en los últimos años, hasta estos Diarios empezasen a aburrirme. Y por tardar, hasta he tardado en escribir esto, pero por miedo de no saber explicar la alegría tan grande que me dio que al final me gustase tanto.

Disfruté mucho especialmente de las cien primeras páginas, empezando por el prólogo, que termina y se nos abre en una abismación en nosotros, lectores, leyéndole.

Me dio la impresión de que el color que domina es el negro, pero en absoluto un negro de tristeza. Es el color de los grabados, de las líneas claras, de la tinta china. Un ejemplo os pongo, justo a continuación del ruido de escopeta en enero que tanta alegría me da leer al principio de estos Diarios:
Los árboles parecían impresos en el aire como los aguafuertes, con su tinta más negra, y el camino con grises y azules. No había color que no fuese un gris, azul grisáceo, amarillo grisáceo, verde grisáceo. En el horizonte, por el oeste, quedaba un tenue resplandor dorado, y en lo alto, por ese lado, una estrella que destellaba y a la que seguramente nombré con el nombre equivocado (34).
O esto:
Estaba Múnich, desde el aire, en el momento de aterrizar, como los campos nevados de Brueghel, quiero decir, que los blancos parecían negros y los negros parecían blancos, sobre todo en las quimas desnudas de los árboles, tan dibujadas sobre el aire gris (68).
Y cuando no, aparece un azul fuerte o un amarillo como este:
Hacía un sol radiante, en absoluto hacía frío, y los olivares estaban cubiertos de hierba y de flores como ningún año. Millones de florecillas amarillas que los cubren como un manto, las llamadas aquí pan y quesillo, y unas como margaritas de pétalos igualmente amarillos que se conocen como giraldas, porque son de las que siguen con la cabeza al sol (19).
Me pareció que el gran tema de este volumen es el de la preparación para la ancianidad. Tres modelos ayudan a adentrarse por ese camino áspero: Ramón Gaya, sobre todo, pero también Muñoz Rojas y Sánchez Ferlosio. El relato del encuentro con Gaya lo leí con enorme emoción. Es una de las cosas más bonitas que ha escrito AT.

Y luego el viaje que hacen todos siguiendo a Palladio es de las páginas más felices -por tono y por alegría- de todos estos Diarios. Yo lo disfruté tanto, tanto, tanto. Y eso que no había imágenes: era como me contaran a mí, recién ciego -apoyado en recuerdos de fotos de imágenes vistas en libros- el prodigio de aquellas villas que fue haciendo Palladio por Vicenza. Es el viaje que a mí me gustaría hacer. Hacerlo, incluso vicariamente, fue una alegría muy grande.

Si fuese profesor de teoría de la literatura (no, por Dios) comentaría aquí algo que se me ocurrió hace poco: que estos Diarios son como las buenas series de televisión. El tono -la cinematografía- está ya logrado y es lo que da la unidad al conjunto. A diferencia de las novelas/películas hay espacio de sobra para mostrar a los personajes sin prisas. Tampoco importa ni la novedad ni los golpes de efecto ni los giros dramáticos. Lo que queremos es caminar por ese paisaje familiar, escuchar lo que el narrador nos quiere contar, ver cómo evolucionan los personajes, a los que les hemos cogido cariño (aunque duela ver a M. corriendo a manifestarse el 12M a la calle Génova o den ganas de gritarles a R. y G. que ir a afiliarse al PSOE del tipejo de entonces es una gran tontería), y de los que disfrutamos hasta de los flashback, por ejemplo este con paralelos sorprendentes:
Me acordé de las manos de R. cuando era un niño de tres o cuatro años. Las dejaba sobre el embozo, y parecían, en efecto, dos mazapanes de Toledo. Creo que lo que Tirso [de Molina] ve muy bien es esa parte comestible que nos arranca las efusiones sentimentales, de donde nació ese «comer a besos» que decimos de aquellas personas a las que nos parece insuficiente querer solo, necesitando la antropofagia. Y lo mismo diríamos de Cristo, salvadas también las distancias, queriendo darse él como manjar (36).
Digo que no querría ser profesor de teoría de la literatura porque entonces no leería estos Diarios. Un profesor de Teoría de la Literatura que los leyera (un oxímoron) seguramente se vería retratado en el tipo de lector de este fino apunte:
A un filósofo convencional y académico como X le preocupará un problema, al que dedicará años de estudio. Al creador le preocuparán los pliegues del problema, que es donde nace sin problemas la vida. La hierba nace en las llagas, no nace de las losas de granito, sino en el espacio que hay entre ellas. Y así, cuando vemos que a los filósofos les interesan tales o cuales escritores u obras, Bartleby o Baudelaire, como a X., no les interesa tanto la poesía o la literatura, como aquello que les permita pensar un problema, en este caso la modernidad como problema, y dentro de la modernidad la imposibilidad de escribir. Si les interesara la poesía se dedicarían a hablar de Homero, de Shakespeare, de Cervantes o de Leopardi, pero no (87).
[Lo de los asteriscos me parece un error colosal. Da pudor decirlo: hay que quitarlos, eso de poner «l*s amig*s» no tiene un pase. Las feministas en esto del lenguaje simplemente deliran.]

4 comentarios:

  1. Ya esperaba con impaciencia tu reseña de los diarios y no sabía si su tardanza era mala señal. Me alegro de saber que te han gustado, pues eso me dice que también me van a gustar a mí, y mucho.

    ResponderEliminar
  2. Coindico completamente en lo de los asteriscos; yo, de hecho, he dejado de leerlo desde que los usa. Me hacen daño a la vista.

    ResponderEliminar
  3. ¡Bravo, bravo! Ahora mismo salgo a comprar este nuevo volumen. Gran crítica, como siempre. Qué contento, por bien leído, se tiene que sentir Trapiello.

    ResponderEliminar