Nos dio por leer a Agatha Christie cuando dejaron de interesarnos Los Cinco, los Siete Secretos o Los tres investigadores (mucho antes nos habíamos hartado de Los Hollister).
Cuando conseguíamos uno nuevo había una pelea fraternal (entre mis hermanas y yo, nada fraternal) por ver quién lo leía primero. Eso se convertía en un arma: si no haces no sé qué, te digo quién es el asesino. Me parece que fue con Diez Negritos cuando me lo leí casi todo en el cuarto de baño, cerrado con la tranca.
miércoles, 29 de septiembre de 2004
martes, 28 de septiembre de 2004
Laísmos
No me había dado cuenta, pero me lo hizo ver Antón: en Un ramito de violetas, Cecilia encadenaba un montón de laísmos:
Desde hace ya más de tres años
recibe cartas de un extraño,
cartas llenas de poesía,
que la han devuelto la alegría.
Quién la escribía versos
dime quién era.
Quién la mandaba flores por primavera.
Quién cada nueve de noviembre,
como siempre sin tarjeta,
la mandaba un ramito de violetas.
Es una canción que me gusta mucho; siempre la asocio al día que me enteré de que se había muerto en un accidente de tráfico. Yo tenía nueve años. Entonces éramos, como buenos castellanos, gozosamente laístas (Y Carlos la dice a María...). Luego aprendí que éramos laístas y leístas (Dame el pastel, que me le des) sin saberlo y me lancé a ser académicamente correcto. Más tarde descubrí un libro de Santiago de los Mozos, La norma castellana del español, con una justificación del lenguaje de Castilla. Esto sorprende mucho a los no castellanos, porque siempre han oído que en donde mejor se habla español es en Castilla, pero no se dan cuenta de que eso se refiere sólo a la pronunciación, que tan dura le suena a los de América del Sur. El castellano de Castilla tiene sus peculiaridades, como las tiene el de Murcia, el de Galicia o el de Cataluña.
Cuando leí después a los autores del XIX español descubrí que entonces eran todos por lo menos leístas.
La pregunta es: ¿cuándo la Real Academia impuso el uso periférico de le/la/lo en detrimento del uso castellano (y bastante general)? Me temo que debió de ser alguna mente cuadriculada.
Desde hace ya más de tres años
recibe cartas de un extraño,
cartas llenas de poesía,
que la han devuelto la alegría.
Quién la escribía versos
dime quién era.
Quién la mandaba flores por primavera.
Quién cada nueve de noviembre,
como siempre sin tarjeta,
la mandaba un ramito de violetas.
Es una canción que me gusta mucho; siempre la asocio al día que me enteré de que se había muerto en un accidente de tráfico. Yo tenía nueve años. Entonces éramos, como buenos castellanos, gozosamente laístas (Y Carlos la dice a María...). Luego aprendí que éramos laístas y leístas (Dame el pastel, que me le des) sin saberlo y me lancé a ser académicamente correcto. Más tarde descubrí un libro de Santiago de los Mozos, La norma castellana del español, con una justificación del lenguaje de Castilla. Esto sorprende mucho a los no castellanos, porque siempre han oído que en donde mejor se habla español es en Castilla, pero no se dan cuenta de que eso se refiere sólo a la pronunciación, que tan dura le suena a los de América del Sur. El castellano de Castilla tiene sus peculiaridades, como las tiene el de Murcia, el de Galicia o el de Cataluña.
Cuando leí después a los autores del XIX español descubrí que entonces eran todos por lo menos leístas.
La pregunta es: ¿cuándo la Real Academia impuso el uso periférico de le/la/lo en detrimento del uso castellano (y bastante general)? Me temo que debió de ser alguna mente cuadriculada.
jueves, 23 de septiembre de 2004
Violinista en el tejado
He vuelto a ver El violinista en tejado, después de muchos años: me ha gustado mucho otra vez, el argumento, la música, la ambientación, todo.
Hay momentos conmovedores, como la celebración del Sabbath o la boda. Es todo muy triste, porque se trata de reconstruir un mundo perdido, el de los judíos del este de Europa. La película se basa en las obras de Aleichem, al que me suena que he leído.
Al que sí que conozco bien es a Isaac Bashevis Singer; leo todo lo que puedo de él, aunque a mí me siguen pareciendo mejores los cuentos, su infancia en la aldea y en Varsovia; a partir de la adolescencia todo se estropea, como suele pasar. Fue un shock leer sus memorias, porque están llenas de amargura, cuando los cuentos son luminosos: su padre el rabino que se pasaba el día estudiando, su madre, sus hermanos, la gente que iba a su casa de la calle Krochmalna.
domingo, 19 de septiembre de 2004
Escritores
Me ha gustado muchísimo el artículo de Jiménez Lozano de hoy:
ABC 19 de septiembre de 2004.
GRULLAS Y RASTROJOS Por JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
POR estas fechas en que escribo, los rastrojos ya han dejado de ser dorados, o rojos si se han mirado con las últimas luces del día, que, ciertamente no tienen los dedos rosados como los del alba según dice Homero, sino más bien sanguinolentos, o de uñas pintadas; y el color rosado que extienden sobre esos rastrojos es muy subido, casi dramático como el de los troncos de los pinos, o el de una tierra arcillosa. A veces provoca este paisaje pensamientos oscuros, y se agradece que la noche se eche encima, porque, si los días son aún calurosos, resulta un refrigerio, pero, si esos atardeceres ya son fresquitos, aquélla es como terciopelo que nos echásemos sobre los hombros. Pero primero hablan, y dicen, los rastrojos.
Por estas fechas, con todavía un poco de calorina o ya con frescor, los rastrojos ya están ajados, y de un color moreno oscuro que no es el tostado, sino el del perecimiento, el que deja la vida cuando abandona a un viviente; y, si las lluvias llegan pronto y con alguna intensidad, el de la pudrición; pero de momento es el del abandono; y, mientras llegan, esos rastrojos aún pueden quemarse. Ya se hace esto con menos frecuencia que en otro tiempo, avisados como están los labradores de los inconvenientes efectos de esas quemas, aunque, diríamos que paradójicamente, arden miles de hectáreas de verdor y vida, pese a estar avisados también todos nosotros. Pero éste es otro asunto, y hace ya tiempo que no existen ni maldad ni crimen, ni respuesta a las incontestadas y quizás incontestables preguntas que suscitan.
Lo que iba a decir era que esos rastrojos quemados, cuando se trataba de grandes extensiones, dibujaban en el horizonte una maravillosa hoz de oro, que luego viraba al rojo, pero todavía con hilillos dorados, y semejaba una especie de fimbria o reborde del manto de la noche. Era, y es, un fabuloso espectáculo, y no el más pequeño de los que ofrece la naturaleza en los otoños, en esta austera tierra de Castilla, como si quisiera resarcirse de su no menor fama de ser tierra recia y hasta inhóspita, sólo vivible para místicos y ovejas, gente extraña.
Lo que pasa es que, aun sin la llamativa presencia de estos supuestos y raros habitantes, y llueva más o menos, enseguida estos rastrojos serán arados, y mostrarán el aspecto de un impresionante jardín de arena japonés, incluidas a veces las piedras que en este jardín representan islas. Y, en él, los surcos se trazan cada día y evocan el movimiento del mar, un suave oleaje; pero en las tierras aradas quedan rectos, en cualquier caso, como estelas solidificadas de barcos fantasmas, que hubieran pasado por aquí. Pero no significan nada, sólo dicen lo que son. El Maestro fray Fray Luis de León, por ejemplo, mira este paisaje, y ve que los bueyes van rompiendo los sembrados, es decir, la tierra en la que se va a sembrar; y oye que ya el ave vengadora / del Íbico navega los nublados / y con voz ronca llora. Esto es, la grulla, porque gracias a las grullas y su testimonio se descubrió al asesino del poeta Íbico; y añade: El tiempo nos convida / a los estudios nobles. Esto es, se acabaron las vacaciones, y hay que volver al tajo. ¿Cómo no nos llenaríamos de melancolía, pero cómo ésta no quedaría rota ante el reclamo del deber y del oficio?
El Maestro fray Luis, desde luego, era hombre que llevaba bastante cuesta arriba el trabajo y el inevitable tedio académicos, pero lo resolvía haciendo alguna escapadita o viajecillo, y, desde luego, dejando caer de sus manos, como él mismo decía, algún poema, y poniéndose al fin a los nobles estudios. ¿Cómo iba a poder imaginar siquiera que, en nuestro tiempo, este fin del estiaje y principios del otoño supondrían, según se dice, profundos traumas para muchas gentes ante la perspectiva de tener que volver a trabajar? Estas gentes, así golpeadas, parecen estar en la más profunda postración y desgana, y no las bastarían, para salir de ellas, aquellos polvos que al Maestro mismo le componía, en Madrigal de las Altas Torres, una monja hija de boticario y con habilidades en los mejunjes médicos, para sus melancolías y pasiones de corazón. ¿También éstas del otoño?
En un poeta como Isaías, el hebraísta fray Luis podía leer lo que sin duda también había lacerado su corazón de niño, allá, en su Belmonte natal, y seguramente siguió lacerándole en el paisaje salmantino, o de Ávila y Valladolid o Madrid, por los que tanto transitó. Es decir, que la extrema derelicción de un ser humano, o de toda un ciudad como Jerusalén, era la de quedar como cabaña en viña, como choza en melonar, cuando viña y melonar, con sus frutos ya recogidos, son una devastación de muerte, y choza y cabaña se yerguen todavía inmensamente solitarias, con una soledad solemne, en una desolación ella misma devastada. Pero cuando Munch, pongamos por caso, quiere hacernos presente esa soledad de desecho en nuestro mundo en uno de sus cuadros, echa mano de una atroz representación de una multitud que transita la calle de una gran ciudad, y los rostros de cuyos componentes son sus calaveras, porque ya no puede evocar aquella imagen de la cabaña solitaria. Como tampoco podría hacerlo un poeta de hoy, aunque no por la sociológica razón de Perogrullo de que ya no estamos en una sociedad con una presencia agrícola entitativa y determinante, sino porque nuestra relación con la naturaleza y sus representaciones intelectuales y sentimentales no son verdaderas, y ya no van más allá del ecologismo; porque ya no somos capaces de amarla, y, por eso, tampoco de un lenguaje simbólico y carnal que nombre verdaderamente, y torne presente lo nombrado. O porque, siendo cómplices de un nihilismo autosatisfecho, nada nos importa nada; ni la hermosura del mundo, ni la humana soledad inmensa que evocan la cabaña o la choza solitarias, o el grito de la grulla, ni las esferas todas de cristal de los cielos. Y, desde luego, no las víctimas humanas del horror diario, que nos explicamos, y justificamos. El horror tampoco es nada, sólo quizás la honorabilidad de los verdugos es. Felices y redondos, como vio Nietzsche a los hombres últimos, nada nos puede concernir.
La enseñanza antigua daba un gran importancia a la poesía porque aportaba el conocimiento necesario, a través del fulgor de la belleza, sobre la realidad del mundo y la frágil y perversa consistencia de la condición humana; porque, de otro modo, como decía Emerson, la mayoría de los hombres sólo se percatará de ello un cuarto de hora antes de morirse. Pero los ojos de los bueyes, el vuelo de una garza, el lamento de una grulla, la choza y la cabaña en medio de la desolación misma de un paisaje, o del ánima de los hombres, siempre dicen la verdad. Y sobre todo de las víctimas, y del amordazamiento que se hace a sus preguntas.
Quizás entonces, mientras quede algún rastrojo de hombre, ya que nosotros estamos bastante envilecidos, se citará de nuevo a las grullas, como testigos de la muerte de Íbico.
ABC 19 de septiembre de 2004.
GRULLAS Y RASTROJOS Por JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
POR estas fechas en que escribo, los rastrojos ya han dejado de ser dorados, o rojos si se han mirado con las últimas luces del día, que, ciertamente no tienen los dedos rosados como los del alba según dice Homero, sino más bien sanguinolentos, o de uñas pintadas; y el color rosado que extienden sobre esos rastrojos es muy subido, casi dramático como el de los troncos de los pinos, o el de una tierra arcillosa. A veces provoca este paisaje pensamientos oscuros, y se agradece que la noche se eche encima, porque, si los días son aún calurosos, resulta un refrigerio, pero, si esos atardeceres ya son fresquitos, aquélla es como terciopelo que nos echásemos sobre los hombros. Pero primero hablan, y dicen, los rastrojos.
Por estas fechas, con todavía un poco de calorina o ya con frescor, los rastrojos ya están ajados, y de un color moreno oscuro que no es el tostado, sino el del perecimiento, el que deja la vida cuando abandona a un viviente; y, si las lluvias llegan pronto y con alguna intensidad, el de la pudrición; pero de momento es el del abandono; y, mientras llegan, esos rastrojos aún pueden quemarse. Ya se hace esto con menos frecuencia que en otro tiempo, avisados como están los labradores de los inconvenientes efectos de esas quemas, aunque, diríamos que paradójicamente, arden miles de hectáreas de verdor y vida, pese a estar avisados también todos nosotros. Pero éste es otro asunto, y hace ya tiempo que no existen ni maldad ni crimen, ni respuesta a las incontestadas y quizás incontestables preguntas que suscitan.
Lo que iba a decir era que esos rastrojos quemados, cuando se trataba de grandes extensiones, dibujaban en el horizonte una maravillosa hoz de oro, que luego viraba al rojo, pero todavía con hilillos dorados, y semejaba una especie de fimbria o reborde del manto de la noche. Era, y es, un fabuloso espectáculo, y no el más pequeño de los que ofrece la naturaleza en los otoños, en esta austera tierra de Castilla, como si quisiera resarcirse de su no menor fama de ser tierra recia y hasta inhóspita, sólo vivible para místicos y ovejas, gente extraña.
Lo que pasa es que, aun sin la llamativa presencia de estos supuestos y raros habitantes, y llueva más o menos, enseguida estos rastrojos serán arados, y mostrarán el aspecto de un impresionante jardín de arena japonés, incluidas a veces las piedras que en este jardín representan islas. Y, en él, los surcos se trazan cada día y evocan el movimiento del mar, un suave oleaje; pero en las tierras aradas quedan rectos, en cualquier caso, como estelas solidificadas de barcos fantasmas, que hubieran pasado por aquí. Pero no significan nada, sólo dicen lo que son. El Maestro fray Fray Luis de León, por ejemplo, mira este paisaje, y ve que los bueyes van rompiendo los sembrados, es decir, la tierra en la que se va a sembrar; y oye que ya el ave vengadora / del Íbico navega los nublados / y con voz ronca llora. Esto es, la grulla, porque gracias a las grullas y su testimonio se descubrió al asesino del poeta Íbico; y añade: El tiempo nos convida / a los estudios nobles. Esto es, se acabaron las vacaciones, y hay que volver al tajo. ¿Cómo no nos llenaríamos de melancolía, pero cómo ésta no quedaría rota ante el reclamo del deber y del oficio?
El Maestro fray Luis, desde luego, era hombre que llevaba bastante cuesta arriba el trabajo y el inevitable tedio académicos, pero lo resolvía haciendo alguna escapadita o viajecillo, y, desde luego, dejando caer de sus manos, como él mismo decía, algún poema, y poniéndose al fin a los nobles estudios. ¿Cómo iba a poder imaginar siquiera que, en nuestro tiempo, este fin del estiaje y principios del otoño supondrían, según se dice, profundos traumas para muchas gentes ante la perspectiva de tener que volver a trabajar? Estas gentes, así golpeadas, parecen estar en la más profunda postración y desgana, y no las bastarían, para salir de ellas, aquellos polvos que al Maestro mismo le componía, en Madrigal de las Altas Torres, una monja hija de boticario y con habilidades en los mejunjes médicos, para sus melancolías y pasiones de corazón. ¿También éstas del otoño?
En un poeta como Isaías, el hebraísta fray Luis podía leer lo que sin duda también había lacerado su corazón de niño, allá, en su Belmonte natal, y seguramente siguió lacerándole en el paisaje salmantino, o de Ávila y Valladolid o Madrid, por los que tanto transitó. Es decir, que la extrema derelicción de un ser humano, o de toda un ciudad como Jerusalén, era la de quedar como cabaña en viña, como choza en melonar, cuando viña y melonar, con sus frutos ya recogidos, son una devastación de muerte, y choza y cabaña se yerguen todavía inmensamente solitarias, con una soledad solemne, en una desolación ella misma devastada. Pero cuando Munch, pongamos por caso, quiere hacernos presente esa soledad de desecho en nuestro mundo en uno de sus cuadros, echa mano de una atroz representación de una multitud que transita la calle de una gran ciudad, y los rostros de cuyos componentes son sus calaveras, porque ya no puede evocar aquella imagen de la cabaña solitaria. Como tampoco podría hacerlo un poeta de hoy, aunque no por la sociológica razón de Perogrullo de que ya no estamos en una sociedad con una presencia agrícola entitativa y determinante, sino porque nuestra relación con la naturaleza y sus representaciones intelectuales y sentimentales no son verdaderas, y ya no van más allá del ecologismo; porque ya no somos capaces de amarla, y, por eso, tampoco de un lenguaje simbólico y carnal que nombre verdaderamente, y torne presente lo nombrado. O porque, siendo cómplices de un nihilismo autosatisfecho, nada nos importa nada; ni la hermosura del mundo, ni la humana soledad inmensa que evocan la cabaña o la choza solitarias, o el grito de la grulla, ni las esferas todas de cristal de los cielos. Y, desde luego, no las víctimas humanas del horror diario, que nos explicamos, y justificamos. El horror tampoco es nada, sólo quizás la honorabilidad de los verdugos es. Felices y redondos, como vio Nietzsche a los hombres últimos, nada nos puede concernir.
La enseñanza antigua daba un gran importancia a la poesía porque aportaba el conocimiento necesario, a través del fulgor de la belleza, sobre la realidad del mundo y la frágil y perversa consistencia de la condición humana; porque, de otro modo, como decía Emerson, la mayoría de los hombres sólo se percatará de ello un cuarto de hora antes de morirse. Pero los ojos de los bueyes, el vuelo de una garza, el lamento de una grulla, la choza y la cabaña en medio de la desolación misma de un paisaje, o del ánima de los hombres, siempre dicen la verdad. Y sobre todo de las víctimas, y del amordazamiento que se hace a sus preguntas.
Quizás entonces, mientras quede algún rastrojo de hombre, ya que nosotros estamos bastante envilecidos, se citará de nuevo a las grullas, como testigos de la muerte de Íbico.
sábado, 18 de septiembre de 2004
Vindolanda
Hay una página muy buena sobre el hallazgo de las tablillas de Vindolanda (en Inglaterra). Son tablillas romanas con textos que se han conservado milagrosamente: entre ellos está esta invitación a un cumpleaños, tan banal como cualquiera de las de ahora, de lo que se podrían sacar interesantes conclusiones, pero ya lo hizo el Eclesiastés por nosotros. También me parece que es una carta conmovedora. En el comentario se dice que es el ejemplo más antiguo conocido de escritura femenina en latín:
1 Claudia · Seuerá Lepidinae suae salutem. iii Idus Septembres soror ad diem sollemnem natalem meum rogó libenter faciás ut uenias ad nos iucundiorem mihi diem interuentú tuo facturá si [...] Cerialem tuum salutá Aelius meus [...] et filiolus salutant [...] sperabo te soror. uale soror anima mea ita ualeam karissima et haue
En el remite:
Sulpiciae Lepidinae Cerialis a Seuera
Traducción cutre que hago con ayuda de la traducción inglesa:
Saludos de Claudia Severa a su Lepidina. El 11 de septiembre [¡glup!], hermana, día de la celebración de mi cumpleaños, te ruego que si quieres vengas para hacernos felices con tu presencia. Saludos a tu Cerial de mi Elio y mi hijito.
Te espero, hermana. Adiós, hermana, alma mía, prospera como yo, saludos.
Remite: a Sulpicia Lepidina, esposa de Cerial, de Severa.
1 Claudia · Seuerá Lepidinae suae salutem. iii Idus Septembres soror ad diem sollemnem natalem meum rogó libenter faciás ut uenias ad nos iucundiorem mihi diem interuentú tuo facturá si [...] Cerialem tuum salutá Aelius meus [...] et filiolus salutant [...] sperabo te soror. uale soror anima mea ita ualeam karissima et haue
En el remite:
Sulpiciae Lepidinae Cerialis a Seuera
Traducción cutre que hago con ayuda de la traducción inglesa:
Saludos de Claudia Severa a su Lepidina. El 11 de septiembre [¡glup!], hermana, día de la celebración de mi cumpleaños, te ruego que si quieres vengas para hacernos felices con tu presencia. Saludos a tu Cerial de mi Elio y mi hijito.
Te espero, hermana. Adiós, hermana, alma mía, prospera como yo, saludos.
Remite: a Sulpicia Lepidina, esposa de Cerial, de Severa.
martes, 14 de septiembre de 2004
Música en negritas
Yendo al aeropuerto oí en la radio Woman in love, de Barbra Streissand: era mi canción favorita cuando tenía catorce años: ahora me parece empalagosa y cargante. El primer disco que compramos fue de Abba (ahora los odio). Oía a todas horas Los cuarenta principales: ahora no podría aguantarlos más de diez minutos (con suerte). De todo eso me salvó Radio 3.
El último disco que me ha gustado ha sido Lágrimas negras, de Diego el Cigala (cantaor flamenco) con Bebo Valdés (pianista cubano): muy bonito, con canciones tradicionales pasadas por el flamenco y la música cubana. Se pueden oír en su web.
Letra de Lágrimas negras:
Y aunque tú me has echado en el abandono
y aunque tú has muerto mis ilusiones.
En vez de maldecirte con justo encono
en mis sueños te colmo
en mis sueños te colmo
de bendiciones.
Sufro la inmensa pena de tu extravío,
siento el dolor profundo de tu partida.
Y yo lloro sin que tu sepas que el llanto mío
tiene lagrimas negras como mi vida.
Viendo el Guadalquivir las gitanas lavaban,
los niños en las orillas viendo los barcos pasar.
Agua del limonero, agua del limonero,
si te acaricio la cara tienes que darme un beso.
En el Guadalquivir mi gitana lavaba
pañuelos de blanco y oro que yo te daba que yo te daba,
agua del limonero, agua del limonero
si te acaricio la cara tienes que darme un beso.
Tu me quieres dejar
yo ya no quiero sufrir
contigo me voy gitana
aunque me cueste morir.
El último disco que me ha gustado ha sido Lágrimas negras, de Diego el Cigala (cantaor flamenco) con Bebo Valdés (pianista cubano): muy bonito, con canciones tradicionales pasadas por el flamenco y la música cubana. Se pueden oír en su web.
Letra de Lágrimas negras:
Y aunque tú me has echado en el abandono
y aunque tú has muerto mis ilusiones.
En vez de maldecirte con justo encono
en mis sueños te colmo
en mis sueños te colmo
de bendiciones.
Sufro la inmensa pena de tu extravío,
siento el dolor profundo de tu partida.
Y yo lloro sin que tu sepas que el llanto mío
tiene lagrimas negras como mi vida.
Viendo el Guadalquivir las gitanas lavaban,
los niños en las orillas viendo los barcos pasar.
Agua del limonero, agua del limonero,
si te acaricio la cara tienes que darme un beso.
En el Guadalquivir mi gitana lavaba
pañuelos de blanco y oro que yo te daba que yo te daba,
agua del limonero, agua del limonero
si te acaricio la cara tienes que darme un beso.
Tu me quieres dejar
yo ya no quiero sufrir
contigo me voy gitana
aunque me cueste morir.
lunes, 13 de septiembre de 2004
Sobre Tolkien
Estoy leyendo Tolkien, autor del siglo, de Tom Shippey: me lo recomendó un tolkienólogo y no me está defraudando en absoluto. Tengo una gran sintonía con lo que dice, porque explica muy bien qué es lo que hace que entremos en sintonía con una obra como la suya. Hace un análisis magistral del mal tal como lo ve Tolkien: ve dos líneas, la de Boecio del mal como negación (ausencia de bien) y la del mal como realidad en sí misma; ambas cosas se resumen en el Padrenuestro: no nos dejes caer en la tentación / y líbranos del mal. La tentación de lo que se percibe como bien pero es su ausencia y el peligro de que el mal nos domine.
Como leí por primera vez a Tolkien a los quince años le tengo que estar muy agradecido por la ayuda que me dio para adquirir una cosmovisión concreta. Ahora que lo pienso, fueron fundamentales para mí Tolkien, Orwell (Shippey muestra la estrecha relación que tiene con Tolkien) y Soljenitsyn. ¿Cómo habría sido si hubiera leído en cambio a Nietzsche, Umberto Eco y Kundera?
Como leí por primera vez a Tolkien a los quince años le tengo que estar muy agradecido por la ayuda que me dio para adquirir una cosmovisión concreta. Ahora que lo pienso, fueron fundamentales para mí Tolkien, Orwell (Shippey muestra la estrecha relación que tiene con Tolkien) y Soljenitsyn. ¿Cómo habría sido si hubiera leído en cambio a Nietzsche, Umberto Eco y Kundera?
sábado, 11 de septiembre de 2004
Adam Zagajewski
De En la belleza ajena, Pre-textos, Valencia, 2004, p. 61:
Frente al mundo se pueden tomar dos actitudes: uno puede declararse a favor de los silenciosos escépticos y cínicos, que, alegremente, se dedican a desdeñar los fenómenos de la vida y gustan de reducirla a sus ingredientes más menudos, evidentes y aun banales. O bien -segunda opción- puede aceptarse la posibilidad de que las cosas grandes e invisibles existen de verdad, y, sin caer en la exaltación vana ni en la retórica insufrible de los predicadores ambulantes, intentan expresarlas o, al menos, rendirles homenaje, lo que, por lo demás, no significa en absoluto que entonces vaya uno a cerrar los ojos a todo lo pequeño y bajo.
Frente al mundo se pueden tomar dos actitudes: uno puede declararse a favor de los silenciosos escépticos y cínicos, que, alegremente, se dedican a desdeñar los fenómenos de la vida y gustan de reducirla a sus ingredientes más menudos, evidentes y aun banales. O bien -segunda opción- puede aceptarse la posibilidad de que las cosas grandes e invisibles existen de verdad, y, sin caer en la exaltación vana ni en la retórica insufrible de los predicadores ambulantes, intentan expresarlas o, al menos, rendirles homenaje, lo que, por lo demás, no significa en absoluto que entonces vaya uno a cerrar los ojos a todo lo pequeño y bajo.
lunes, 6 de septiembre de 2004
Mi padre
Se cumplen dos años de la muerte de mi padre.
Frases célebres: 'enchufa el Áskar' (una marca de televisión), 'qué nos echas hoy de comer' (para que mi madre se picara ... y siempre se picaba).
Las historias que nos contaba cuando éramos pequeños: relatos de mártires, cuando era pequeño y tenía que ir a segar a Miraveche, los zapatos que le dejaban los frailes para que diera patadas con ellos y los reblandeciera, cosas de la historia de España, lo de mi tío que no quería confesarse porque era rojo y le habían cogido los nacionales, que le amenzaban con fusilarlo. Una muy célebre: el entierro de Landelino y la autopsia a las doce de la noche de su hermana en el cementerio, con algunos gritando fuera.
Cuando nos cogía a los cuatro en brazos y nos subía por las escaleras.
Sus colecciones de monedas.
Sus papeles en el bolsillo de la camisa con todos los recados.
Las rodillas llenas de heridas de jugar al fútbol con los de otros pueblos.
Frases célebres: 'enchufa el Áskar' (una marca de televisión), 'qué nos echas hoy de comer' (para que mi madre se picara ... y siempre se picaba).
Las historias que nos contaba cuando éramos pequeños: relatos de mártires, cuando era pequeño y tenía que ir a segar a Miraveche, los zapatos que le dejaban los frailes para que diera patadas con ellos y los reblandeciera, cosas de la historia de España, lo de mi tío que no quería confesarse porque era rojo y le habían cogido los nacionales, que le amenzaban con fusilarlo. Una muy célebre: el entierro de Landelino y la autopsia a las doce de la noche de su hermana en el cementerio, con algunos gritando fuera.
Cuando nos cogía a los cuatro en brazos y nos subía por las escaleras.
Sus colecciones de monedas.
Sus papeles en el bolsillo de la camisa con todos los recados.
Las rodillas llenas de heridas de jugar al fútbol con los de otros pueblos.
domingo, 5 de septiembre de 2004
Sobre arte
En Bilbao, frase de un amante del arte para justificar algunas obras contemporáneas: tienen un rollo muy potente detrás.
Para calificar la emoción que sentía ante la obra de Chillida: es 'sobrecojonante'.
Ayer en el CGAC: paseo por obras conocidas en A Araneira, exposición de la colección permanente. Pasé un rato entretenido con viejos conocidos (Wüthrich, Helena Almeida, Balkenhol); también había otros que hubiera preferido olvidar.
Para calificar la emoción que sentía ante la obra de Chillida: es 'sobrecojonante'.
Ayer en el CGAC: paseo por obras conocidas en A Araneira, exposición de la colección permanente. Pasé un rato entretenido con viejos conocidos (Wüthrich, Helena Almeida, Balkenhol); también había otros que hubiera preferido olvidar.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)
